27.4.14

Sobreviviremos, como el monte Ararat



Tomás Domínguez


Los gemelos Kaspar y Hampartzoum Mardiros Chitjian nacieron al amanecer del siglo XX, en 1901, en un día incierto. El primero solía celebrar su cumpleaños el 6 de enero; el segundo lo hacía después de la semana de Pascua. Ninguno de los dos recordaba la fecha exacta de su nacimiento. Eran armenios oriundos de la ciudad de Perri, provincia de Kharpert, no lejos del mítico monte Ararat, donde cohabitaban con kurdos y turcos.
Tenían 14 años cuando, el 24 de abril de 1915, las tropas turcas iniciaron la agresión sistemática contra el pueblo armenio. La barbarie se prolongó durante seis años, al cabo de los cuales su comunidad de 800 familias desapareció; sólo sobrevivieron algunas decenas de habitantes, entre ellos los hermanos Chitjian.
La mayoría de sus compatriotas emprendieron el éxodo y dejaron todo, excepto la memoria, herida por el chart, el genocidio infligido por los soldados turcos cuya máxima era exterminarlos, en un vano intento de desaparecer la milenaria cultura de los armenios.
A 99 años de ese genocidio –el primero del siglo XX, en el que fueron masacrados un millón y medio de armenios– aún lacera a los herederos de las víctimas, sobre todo porque el Estado turco se niega a reconocer la matanza. Hace 10 años, en diciembre de 2004, el gobierno de Estambul llevó incluso a juicio al escritor  Ohan Pamuk, el Premio Nobel de Literatura 2006, por declarar a un diario suizo que “en Turquía mataron a un millón de armenios y a 30 mil kurdos”.
Las autoridades acusaron a Pamuk de “insultar y debilitar la identidad turca”. Eran los tiempos en los que el gobierno de Estambul tocaba las puertas de la Unión Europea; buscaba la modernidad y veía hacia a Occidente, pero ocultaba el inolvidable chart que inauguró el siglo XX.

El testimonio
Los gemelos Chitjian lograron sobrevivir. Durante meses deambularon por la zona, con la esperanza de que en la ciudad de Bolis –la actual Estambul– sus paisanos o conocidos les dieran noticia de sus familiares radicados en Estados Unidos y les enviaran el pasaporte para viajar a ese país.
Casi todos los armenios tenían parientes allá, sobre todo varones, quienes habían huido de sus pueblos para evitar que el ejército turco los enrolara. Kaspar y Hampartzoum Mardiros se separaron, cada quien siguió su itinerario. Tardaron lustros en reencontrarse en el exilio estadunidense para recomponer la vida y volver a tejer el memorial de agravios por parte de los turcos.
Hampartzoum Mardiros tomó la iniciativa y en 1975, a los 74 años, empezó a reconstruir la historia de su pueblo. Tardó 25 años en dar forma a su libro, cuya versión en inglés comenzó a circular en 2003 en Estados Unidos. Ahora, gracias a la comunidad armenia avecindada en México, contamos con la traducción al español de ese volumen titulado Al filo de la muerte. Las memorias de Hampartzoum Mardiros Chitjian, sobreviviente del genocidio armenio (Ficticia, AIP-PEN-KIM ediciones, México, 507 p.), que comenzó a difundirse en marzo pasado.
En su libro de edición restringida –sólo mil ejemplares– Hampartzoum Mardiros plasma su visión retrospectiva del paraíso perdido. Menciona los caseríos, montañas, ríos, acantilados, iglesias, molinos; también el aire que respiró en su infancia y adolescencia, los cantos, la vestimenta, la comida, pero también las ruinas, los cadáveres; todo ese universo congelado, intacto, en su memoria.
Su lucha es contra el olvido; su búsqueda, la preservación de las tradiciones armenias, incluida su religión, el cristianismo. Sabe que cualquier pueblo desarraigado debe reivindicar sus orígenes; puede despojársele de su tierra, de su patria, pero nunca de su pasado, que está hecho de recuerdos, memoria viva, testimonios.
Escribe Hampartzoum:
“Cuando me encuentre cara a cara con Dios, le preguntaré: ‘¿cuál fue nuestro crimen? ¿Qué habíamos hecho a tan tierna edad para merecer esto? ¡Apenas tenía 14 años! Ese preciso momento fue la diferencia entre la vida y la muerte para mí. Al ir corriendo tan rápido como podía, prefería encontrarme a un turco que tuviera corazón que al mismo Jesús que nos había abandonado de forma tan absoluta”
Ese singular viaje a la infancia del autor lo recorre la indignación, un grito que hiere: “Mi mundo y mi corazón no podían comprenderlo. Las enormes y destructivas consecuencias son tan incomprensibles ahora (2002) como eran entonces (1914)”.
Más:  “Me había quedado petrificado, quería vomitar. Tenía apenas 14 años. Mi inocente cerebro se negaba a aceptar la profunda crueldad de los actos bárbaros que los seres humanos son capaces de infligir en otros.
“… No podía derramar siquiera una lágrima. Sentía un dolor intenso. Dentro de mí, mi alma lloraba desconsolada, preguntándose ‘¿dónde está Dios? ¿Por qué?’”.

Memoria herida, itinerarios                                                      

Historia-silencio; memoria-grito, horror-testimonio; vacío-escritura; sombras-vida. Itinerarios accidentados, desapego, resistencia; fuga sin fin por geografías accidentadas, ese es el microcosmos desde el cual Hampartzoum Mardiros dibuja su mundo perdido.
Experiencia inenarrable, y sin embargo ahí está:
“Era el inicio del verano de 1917 y durante dos años y medio había vivido como un perro perseguido, siempre intentando encontrar un alma con conciencia que disipara mis temores de ser torturado y matado sin piedad. El continuo aullar melancólico de los perros y su añoranza y sus añoranzas por sus amados dueños ahondaba aún más estas sensaciones. También ellos estaban buscando comida y temían morir de hambre. Su llanto todavía retumba en mis oídos. ¿Cómo podría olvidar todo lo que viví?”
La barbarie, la complicidad, la intolerancia, la indignación. Sigue Hampartzoum Mardiros:
“88 años después (de la matanza de millón y medio de armenios) aún no termino de comprender cómo se le permitió a un gobierno tan evidentemente enloquecido y cruel llevar a cabo tales crímenes cuando había varios superpoderes del mundo, supuestamente civilizados, involucrados. Ellos fueron testigos de los terribles crímenes que se cometieron, pero le permitieron a los turcos salirse con la suya sin ser juzgados por sus actos. ¿Dónde están las naciones cristianas? ¿Dónde están hoy? ¿Dónde están los que supuestamente defienden los derechos humanos? ¿Dónde está la verdad? ¡Mentiras, mentiras y más mentiras! Todo es una mentira”.
Durante seis años Hampartzoum Mardiros soportó la tragedia  desplazándose de una ciudad a otra sin saber de su familia. Recorrió media Turquía hasta que cruzó la frontera con Irán y se internó en la ciudad de Tabriz, donde, para su desencanto, la situación empeoró. Ahí vio cómo los soldados armenios desfilaban, derrotados.
Buscó a su familia hasta que la localizó y pudo obtener el suficiente dinero para desplazarse hacia Beirut y desde ahí volar hacia Los Ángeles, Estados Unidos, para encontrarse con sus hermanos en 1923, apenas terminada la barbarie de armenios en Turquía. Y lo logró, por lo que tuvo que desplazarse a la Ciudad de México, donde residió 10 años, antes de regresar definitivamente a Estados Unidos.
Aquí se convirtió en un próspero  comerciante y se casó con una armenia llamada Ovsanna, de la provincia de Malatya, con quien procreó dos hijos: Zaruhy y Mardiros, Mardig. Así como en Turquía fue apoyado por el doctor Mikahil Hagopian y el arzobispo Melik Tankian; en Irán por el kurdo Kiud Mekhitarian, en la Ciudad de México lo protegió Gabriel Babayán, el primer armenio que llegó a nuestro país.
Y aun cuando escribió que los 10 años que vivió en la Ciudad de México fueron los más felices de su vida, Hampartzoum decidió irse a Estados Unidos a recomponer su vida y reencontrarse con sus hermanos. Allá experimentó otro desencanto: el chart blanco, cuando su hijo Mardig se casó con una estadunidense. Le resultó difícil aceptar ese matrimonio pues, decía, la asimilación rompe con la tradición de los armenios:
“En una generación, se había logrado una total asimilación al mundo odar (no armenio). Habíamos logrado escapar al sangriento y salvaje chart de 1915. Ahora ambos habíamos quedado heridos emocionalmente por la asimilación: ¡el chart blanco! No hay forma de huir del chart blanco. Si se lo permite, el chart blanco finalmente logrará cumplir las aspiraciones de los salvajes y bárbaros turcos. ¡Nuestros jóvenes deben entender esto!”
Duro golpe si se considera que él mismo expone en su libro:
“La mayoría de los armenios hacen grandes progresos como armenios y al mismo tiempo son ciudadanos productivos y respetuosos de la ley de cualquier país en el mundo en que viven. En un mundo globalizado, el concepto de mosaico es un concepto más prudente que el de crisol”.
Son las tribulaciones, las dudas, en este doloroso ejercicio de memoria. Mardig murió en 1954. La vida sigue. Hampatzoum Mardiros tuvo tiempo de reconciliarse con el mundo. En 1968, por ejemplo, acalló el grito que lo acompañó durante décadas por el abandono de la iglesia.
Ese año, el obispo Catholicos Vasken I visitó Los Ángeles a oficiar una ceremonia en el santuario más grande de la ciudad, pero se negó a entrar en el templo donde había una media luna y una estrella, símbolos del oprobio turco.
“¡Siguió lo que le dijo su corazón y honró sus convicciones básicas! Su reacción vale un millón. Fue el primer clérigo que yo conocí que pidió públicamente venganza por su pueblo”, expuso Hampartzoum Mardiros.
Al año siguiente, el autor de Al filo de la muerte viajó a la URSS y visitó parte de la comarca armenia donde vivió sus primera dos décadas. El paisaje y la gente revivieron el pasado y abrieron sus heridas. Pero él siguió.
En 1975, cuando su hija Zaruhy comenzó a dar clases en Los Ángeles, finalmente Hampartzoum Mardiros comenzó a escribir sus memorias. En el camino murieron también Bedros, su hermano mayor, su gemelo Kaspar y su esposa Ovsanna. 
En una recapitulación, el autor escribe, desconcertado por las trampas que juega la memoria:
“Una tarde, a mediados de 1990, visité al padre de María Najarian en el hospital armenio de Convalecencias de Ararat en Mission Hills, California. Nació en Vasgerd, pero durante muchos años después del chart vivió con los kurdos en Kharpert. También él había olvidado su armenio y sólo hablaba en lengua kurda.
“Me di cuenta de que era más capaz de recordar nuestro pasado horrible en kurdo que en armenio. Aunque yo nunca aprendí a hablar en kurdo, comencé a cantarle una canción kurda que recordaba vagamente. En cuestión de segundos se unió a mí ¡ambos tuvimos un bello momento recordando nuestro pasado!”
Hoy, a 99 años del chart armenio, siguen siendo válidas las palabras de Hampartzoum Mardiros: “Los armenios de todo el mundo tienen una herida que no se curará hasta que se logre justicia. ¿Dónde está Dios?”
Y también esta gozosa reivindicación: “Al igual que el monte Ararat, hemos sobrevivido a la prueba del tiempo y seguiremos haciéndolo”.

"Proceso," 24 de abril de 2014

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