Joe Mathews
Traducción de Vartán Matiossián
En contra de la creencia popular, la crisis
de los misiles cubanos no terminó con el acuerdo entre los Estados Unidos y la
Unión Soviética en octubre de 1962. Había otras cien armas nucleares en manos
de Cuba –desconocidas para los EE.UU. en la época--, que espolearon una
frenética e ingeniosa misión rusa para recuperarlos.
En noviembre de 2011, sabedores de que el
50º aniversario de las semanas más peligrosas de la historia se hallaba a menos
de un año de distancia, mi colega ruso Pashá Shilov y yo nos topamos con varios
relatos nuevos que cambiaron nuestra perspectiva de la crisis de los misiles
cubanos y de lo que creíamos saber de ella.
Pashá creció en Moscú y describió cómo fue
desde el punto de vista soviético, igualmente aterrorizador según su relato.
Pero lo que hemos aprendido de los
escalofriantes acontecimientos de octubre y noviembre de 1962 ha puesto
nuestras propias experiencias en perspectiva y quizás haya hecho brotar unos cuantos
cabellos grises más en el camino.
Nuestras investigaciones nos llevaron a
San Petersburg y a la Sociedad de Submarinistas Veteranos Soviéticos vía el
Archivo de Seguridad Nacional en Washington, donde Svetlana Savranskaya, la
directora de los archivos rusos, nos narró una historia increíble.
Había existido una segunda crisis de
misiles secreta que continuó el peligro de una catastrófica guerra nuclear
hasta el fin de noviembre de 1962.
Esto extendió la conocida crisis de los
misiles bastante más allá del fin de semana del 27 y 28 de octubre, el tiempo
que siempre se pensó como el momento en el que se levantó el peligro con el
trato entre Kennedy y Khruschev de evacuar los misiles soviéticos a cambio de
una promesa estadounidense de no invadir Cuba.
La crisis secreta de los misiles se
produjo mediante una desconcertante mezcla de duplicidad soviética, fallas de
la inteligencia estadounidense y el temperamento volátil de Fidel Castro.
El líder cubano, separado de las
negociaciones principales de las superpotencias sobre el destino de los misiles
soviéticos de largo alcance estacionados en Cuba, comenzó a frenar la
cooperación con Moscú.
Temiendo que el orgullo herido de Castro y
la extendida indignación cubana sobre las concesiones que Khrushchev había
hecho a Kennedy pudieran conducir a una ruptura del acuerdo entre las
superpotencia, el líder soviético urdió un plan para dar un premio consuelo a
Castro.
El premio fue una oferta de más de 100
armas nucleares tácticas que habían sido despachadas a Cuba junto con los
misiles de largo alcance, pero que, crucialmente, habían pasado totalmente
desapercibidas para la inteligencia estadounidense.
Khrushchev concluyó que, como los
estadounidenses no habían incluido los misiles en su lista de demandas, los
intereses de la Unión Soviética estarían bien servidos al mantenerlos en Cuba.
El número 2 del Kremlin, Anastás Mikoyán,
fue encargado de hacer el viaje a La Habana, principalmente para calmar a
Castro y hacerle lo que parecía una oferta que no podía rehusar.
Mikoyán, cuya esposa estaba seriamente
enferma, asumió la misión sabiendo que el futuro de las relaciones entre Cuba y
la Unión Soviética estaba en juego. Poco después de llegar a Cuba, Mikoyán fue
informado de que su mujer había fallecido, pero sin embargo, prometió quedarse
en Cuba y completar las negociaciones con Castro.
En las semanas siguientes, Mikoyán guardó
para sí los detalles de la transferencia de misiles mientras era testigo de los
cambios de humor y la paranoia del líder cubano, convencido de que Moscú había
vendido la defensa de Cuba.
Castro objetaba en particular los vuelos
constantes de la aviación de vigilancia estadounidense sobre Cuba y, como
Mikoyán supo para su horror, ordenó que las baterías antiaéreas cubanas
dispararan sobre ellos.
Sabedoras de cuán delicado era el estado
de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba después de la peor crisis
desde la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas estadounidenses alrededor del
mundo permanecieron en Defcon 2, una alerta menos que la guerra nuclear global,
hasta el 20 de noviembre.
Mikoyán arribó a la decisión personal de
que bajo ninguna circunstancia Castro y sus militares recibirían el control de
armas con una fuerza explosiva igual a cien bombas del tamaño de la de
Hiroshima.
Posteriormente, arrancó a Moscú de una
situación aparentemente insoluble que aparejaba el riesgo de hacer estallar
otra vez la crisis en los rostros de Kennedy y Khruschev.
El 22 de noviembre de 1962, durante una
tensa reunión de cuatro horas de duración, Mikoyán se vio forzado a usar las
artes oscuras de la diplomacia para convencer a Castro de que, a pesar de las
mejores intenciones de Moscú, poner los misiles permanentemente en manos
cubanas y proveerlas de una fuerza nuclear disuasiva independiente iba en
contra de una ley soviética no publicada (que en realidad no existía). ,
Finalmente, después de la carta de triunfo
de Mikoyán, Castro se vio obligado a ceder y – para el alivio de Khrushchev y
de todo el gobierno soviético – las armas tácticas nucleares fueron finalmente
puestas en contenedores y devueltas por vía marítima a la Unión Soviética
durante diciembre de 1962.
Esta historia ha iluminado un capítulo parcialmente
cerrado durante los pasados cincuenta años.
Pero nos deja con un gran respeto por
Mikoyán y su capacidad para juzgar y eventualmente contener una situación de
extremo peligo que pudo haber afectado a muchos millones de personas.
"BBC News Magazine", 12 de octubre de 2012
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