4.1.12

Acerca del Genocidio Armenio: la respuesta de un puñado de historiadores

Bernard-Henri Levy
Traducción de Vartán Matiossián 
¿Esta gente es realmente incapaz de comprender? ¿O simplemente pretenden no comprender?
La ley cuyo propósito es penalizar el revisionismo negacionista, votada antes de Navidad por el Parlamento francés, no propone escribir historia en lugar de los historiadores. Y esto es por la sencilla razón de que esta historia ha sido dicha y escrita, bien escrita, durante largo tiempo. Esto lo hemos sabido siempre: que, desde 1915, los armenios fueron víctimas de un intento metódico de aniquilación. Una rica literatura ha sido dedicada al tema, basada en particular sobre las confesiones de los mismísimos criminales turcas, empezando por Hoca Ilyas Sami, casi inmediatamente después del hecho. Desde Yehuda Bauer a Raul Hilberg, desde los investigadores de Yad Vashem a Yves Ternon y otros, ningún historiador serio tiene dudas sobre esta realidad o la niega. En otros términos, esta ley no tiene nada que ver con la voluntad de establecer una verdad de estado. Ningún representante de la Asamblea Nacional francesa que la votó se vio como sustituto de historiadores o su tarea. Juntos, sólo intentaron recordar este simple derecho, el de no ser atacados, y su corolario, el derecho de reclamar reparaciones por esta ofensa particularmente ultrajante que es el insulto a la memoria de los muertos. Es una cuestión de derecho, no de historia.
Presentar esta ley como una que niega la libertad, que posiblemente obstaculice la tarea de los historiadores, es otro extraño argumento que genera cuestiones. Son los revisionistas negacionistas quienes hasta ahora han obstaculizado la tarea de los historiadores. Son sus locas ideas, sus conceptos tirados de los pelos, sus deformaciones de los hechos, sus mentiras terroríficas e impresionantes que sacuden la tierra sobre la cual, en principio, se debe construir una ciencia. Al castigarlos, al complicar más su tarea, al alertar al público que no está tratando con científicos sino con quienes podrían inflamar las mentes, la ley protege y acoge a la historia. ¿Existe un historiador al que la ley Gayssot que castiga la negación del Holocausto haya evitado trabajar sobre la Shoah? ¿Existe un autor que en buena conciencia pueda proclamar que ha limitado su libertad de investigar y de hacer preguntas? ¿Y no es claro que los únicos a quienes esta ley ha obstaculizado seriamente son los Faurisson, los Irving, y los otros Le Pen? Bueno, lo mismo se aplica al genocidio de los armenios. Esta ley, cuando el Senado la haya ratificado, será un golpe de fortuna para los historiadores, quienes pueden finalmente trabajar en paz. A menos... Sí, a menos que quienes se oponen a la ley expresen esta otra, nebulosa reserva: la de que sería algo prematuro arribar a una conclusión, precisamente y por casi un siglo, de “genocidio
Algunos aún dicen: ¿no hay otra manera que la ley para intimidar a los “asesinos en papel”? ¿La verdad en sí, en su crudeza y rigor, no tiene los medios para defenderse y para triunfar sobre quienes la negarían? Es un debate vasto, que se ha discutido, entre paréntesis, desde los orígenes de la filosofía. Y al que uno agrega, en el caso entre manos, un parámetro específico que afirma que, ante la duda, es prudente asegurarse el respaldo de la ley. Este parámetro es el revisionismo negacionista del estado turco. Y esta especificidad es que los negacionistas no son solamente un puñado vago de maniáticos, sino gente apoyada por los recursos, la diplomacia, la capacidad de chantaje y represalia de un estado poderoso. Imaginen la situación de los sobrevivientes de la Shoah si el estado alemán hubiera sido un estado negacionista después de la guerra. Imaginen la inmensidad de su angustia y furia adicional si se hubieran enfrentado no con una secta de locos, sino con una Alemania sin arrepentimiento que hubiera presionado a sus socios con la amenaza de furiosas represalias en el caso de que dieran el nombre de genocidio a la exterminación de los judíos en Auschwitz. Es, cambiando los términos, la situación de los armenios. Y esto es también por qué tienen el derecho de una ley.
Y finalmente, me gustaría agregar que es hora de parar de mezclar todo y ahogar la tragedia armenia en el blablablá ritualizado que asalta a las “leyes de la memoria”. Esta ley no es una ley de la memoria. No es uno de esos peligrosos juegos de poder capaces de abrir el camino ante docenas, sino cientos de reglas absurdas o canallas que codifiquen lo que se tenga el derecho de decir sobre la matanza del día de San Bartolomé, el sentido de colonización, esclavitud, la Guerra Civil, el delito de blasfemia y el cielo sabe qué otra cosa. Es una ley relativa a un genocidio, que no es lo mismo. Es una ley que sanciona a quienes, al negarlo, intensifican y perpetuan el acto genocida, lo que es algo totalmente distinto. No hay, gracias a Dios, cientos de genocidios, o siquiera docenas. Hay tres. Cuatro, si agregamos los camboyanos a los armenios, los judíos y los ruandeses. Y poner estos tres o cuatro genocidios en el mismo nivel que todo el resto, hacer de su penalización la antecámara de una corrección política que autoriza un torrente de leyes inútiles o perversas sobre los aspectos discutidos de nuestra memoria nacional para decir “¡Cuidado! ¡Están abriendo una caja de Pandora de la que cualquier cosa y todo puede saltar!” es otra imbecilidad, exacerbada por otra infamia y sellada con una deshonestidad que es, realmente, grotesca. 
Confrontemos esta burda línea de argumento con la sabiduría de la representación nacional. Y que los senadores completen el proceso al rechazar la intimidación de esta pequeña banda de historiadores.

“The Huffington Post”, 4 de enero de 2012


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1 comment:

  1. Gracias por tu traducción Vartan. Me estaba dando problemas hacerla. Con tu crédito, lo pondremos también en soyarmenio.
    Gracias nuevamente, es una hermoso alegato el de Henri Levy.

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