Suzanne
Khardalián
Traducción de Vartán Matiossián
Al analizar un desafío
organizacional clave para partidos políticos en general y particularmente la
social democracia en Armenia, es un hecho bien establecido por ahora que los
partidos social democráticos, incluida la Federación Revolucionaria Armenia, en su mayor parte son incapaces de abordar a los ciudadanos.
Durante los últimos veinte años, la F.R.A. ha sido percibida como un vehículo de campaña y la administradora de ciertas ideas estigmatizadas más que una institución nuclear inflexible y firme con el apoyo de una comunidad ideológica extendida. Ya he escrito acerca de por qué la afiliación en los partidos políticos armenios está en una declinación catastrófica (incidentalmente, es un fenómeno mundial).
Hace unos meses leí acerca de un grupo de jóvenes que se incorporó a las filas de
la F.R.A. El artículo, fiel a su tradición más que centenaria, estaba escrito
en el conocido lenguaje vernáculo, por lo que si alguien fuera a cambiar la fecha del
artículo, sonaría exactamente igual si fuera escrito en las décadas de 1960,
1990 u hoy, 2013. Se leería algo así: “La futura generación, los orgullosos
portadores de nuestra identidad nacional, los guardianes de un ideal/una visión
nacional...” A pesar de las largas oraciones que subrayan devoción y fidelidad
y algunas palabras de sabiduría, el artículo no comunica otra cosa más que anonimato,
envuelto en un cierto misterio. Sucede que sé que el adoctrinamiento y la
afiliación al partido se producen a través de ceremonias especiales. No obstante, por
alguna razón los nuevos miembros se convierten al y permanecen en el anonimato, para mayor
consternación de los numerosos recién llegados.
No puedo más que sentir empatía por la decepción que los jóvenes podrían
sentir acerca del largamente esperado momento de convertirse en miembro de un
partido deseado; aun así, todo es muy solemne e igualmente falto de ceremonia
en muchos aspectos. El orgullo – un sentimiento de pertenecer y el derecho de
adquirir tu identidad recién adquirida al público – permanece muy anónimo.
Mientras que pienso que celebrar la afiliación a la F.R.A. es muy apropiado
y una expectativa legítima después de años de leal espera, los cuerpos
organizativos locales debieran prestar atención especial, ya que tal deseo romántico de convertirse en miembro de una social democracia organizada es
ciertamente muy raro entre los jóvenes de hoy. Todos sabemos que la mayoría de
la juventud no está interesada en la afiliación partidaria en general y, me
parece a mí, no muy interesada en la social democracia.
Para la gente joven, el interés en política ya se ve como algo de “tragas”,
pero querer convertirse en un miembro de un partido suena aún peor. ¿Y de un partido
al que se percibe en camino a convertirse en pasado? Recuerden que,
para la juventud de hoy, la década de 1980 se considera como algo de hace “varios
cientos” de años.
Hoy, convertirse en miembro de un partido se considera la cosa más extraña
que un adolescente podría hacer, tan extravagante como usar uniforme escolar.
Ese es quizás uno de los más grandes cambios a los que el partido – la F.R.A.
y sus instituciones oganizacionales – debe responder. La afiliación partidaria
o la pertenencia a una red social formal o informal que está ideológicamente
comprometida con un partido, como H.O.M., Homenetmén, las asociaciones
estudiantiles (en maneras similares a las de otros partidos populares), solían
transmitir un sentido natural de pertenencia e identidad, una manera de abordar
y comprender a la comunidad.
Incluso con todas las interpretaciones individualizadas, mezcladas y
contrapuestas de su ideología (un tema que necesita discusión pública por sí
mismo), por generaciones ser miembro de la F.R.A. con su ideología fue una
manifestación natural de quién eras y qué pensabas acerca del mundo.
Pero los tiempos han cambiado. Muchas menos personas creen hoy que la
afiliación en una organización política o incluso un compromiso mucho menos
formal con sus organizaciones hermanas es una expresión necesaria de quiénes
son.
Hay varias razones para esta realidad, e incluso aquéllas que conozco
llenarían páginas de las que no dispongo. En cualquier caso, el gambito es que
menos y menos personas se aferrarán a su partido incluso cuando consideren
desagradables sus políticas del momento, Lo que tengo en mente es, obviamente,
las elecciones (presidenciales, parlamentarias o municipales) en Armenia con
sus grotescas formas y consecuencias. Pero la interpretación ha sido siempre la
misma en la secuela de las elecciones en Armenia. Todos nos quejamos de la
inexistencia de ciudadanos adecuados. Hay algo atractivo, por supuesto, en la
noción de “falta de ciudadanos iluminados” y en llamarlos a rendir cuentas por
su actuación.
Pero hay algo para decir sobre nuestros partidos políticos – y estoy más
preocupada por la F.R.A. y su social democracia –, que se supone actúan
como nexo de las comunidades físicas e imaginadas que imponen lealtad aun
cuando uno esté en desacuerdo o incluso furioso con la F.R.A.
Esto no implica una lealtad acrítica al partido de una persona, pero lo que
sugiero es un compromiso realzado que permite usar la voz de una persona y
buscar instituir cambios desde el interior del partido antes que considerar la
transferencia de la lealtad de una persona a otro partido.
Aun así, quienes pertenecen a esta categoría son en su mayoría personas para
quienes su relación con el partido es una característica vinculada con la
identidad – aquéllas que están involucrados emocionalmente en algún nivel
con su partido --, aquéllas que están desapareciendo crecientemente de la
política. Esto es muy desafortunado, pero es una realidad que no puede
empujarse a un lado.
Hoy la F.R.A., con su social democracia, falla claramente en la función básica de conquistar
los corazones de sus votantes además de sus mentes, de hacerlos sentir como en
casa, tanto emocional como intelectualmente. Han habido algunos debates útiles
y absolutamente necesarios en círculos progresistas y más allá sobre las
políticas correctas. Hemos hablado en extenso acerca del rol del partido, su
lenguaje, la modernización de su imagen y el fortalecimiento de sus estructuras
organizaciones y sus estrategias de campaña. Algunos de esos temas, sin embargo, sólo rozan el
tema que discuto aquí. Sí, es verdad que el lenguaje y las políticas impactan
el sentido de identidad de cada uno, pero ninguno de ellos toca el tema
principal directamente o como un problema propiamente dicho.
Una organización política exitosa como la F.R.A. debería ofrecer más a los
ciudadanos. Debería tratar de construir comunidades donde la gente
(especialmente joven) se sienta como en casa y donde lo que encuentran es una
expresión importante de quiénes son.
Las identidades hoy son más complejas y polifacéticas que lo que eran hace
30 años. Como podría esperarse, adherir a los individuos muy estrechamente a
una faceta única, como alguna vez era rutinariamente posible, no sólo es
tradicional sino casi imposible en los márgenes políticos. A través de nuestra
cosmovisión reduccionista y de la primitiva dicotomía adentro/afuera, a menudo
hemos creado comunidades muy cohesivas, aunque en su mayor parte pequeñas.
Claramente, los medios y las estrategias arriba mencionados, si continuaran
adoptándose hoy, terminarían en una catástrofe. El objetivo tiene que ser uno,
incluso si el involucramiento emocional alcanzado fuera débil.
Sin embargo, debe haber
cierto debate sobre cómo debiéramos entretejer la F.R.A. y su social democracia
con nuestros criterios crecientemente complejos de identidad, la nueva
identidad armenia.
Tendría que ser sobre cómo entrelazar mejor la ideología de la F.R.A., su social democracia, con otras
facetas de identidad, más populares, con las que retiene una afinidad con temas
modernos, como ser las organizaciones cívicas centradas en los derechos
humanos, los temas ambientales y la justicia social, para nombrar algunos.
Por desgracia, soy mucho mejor en tratar de plantear el tema que en
ofrecer posibles soluciones, pero creo que la respuesta debe comenzar por
construir o reforzar espacios comunitarios, tanto físicos como virtuales.
También sé que tales actividades requieren de enormes inversiones en dinero y
tiempo, ambos factores que la F.R.A. y su personal en decrecimiento necesitan
crecientemente. Por lo tanto, no es sorpresa que este aspecto de la F.R.A. y su
declinación organizacional e ideológica social democrática atraigan escasa
atención.
El desafío es enorme e incluso si dirigimos más recursos para confrontar el
problema los retornos de la inversión pueden ser mínimos. Una cosa es cierta:
no hay manera de recapturar la edad de oro cuando la F.R.A era una parte orgánica
de toda vida comunitaria armenia alrededor del mundo. Pero una organización
política que acepte su degeneración gradual para convertirse en una simple
maquinaria de campaña, sin ninguna duda, está condenada en el largo plazo.
“Asbarez,” 20 de
junio de 2013
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