No
confundirse. No se trata de judíos convertidos a la fuerza por los
cristianos de Armenia, sino de armenios cristianos convertidos por la
fuerza al Islam. Y así como varios judíos no aceptaron la coerción e
intentaron heroicamente recuperar su identidad, ahora nos encontramos
con armenios de ciudadanía turca que protagonizan la misma gesta. El
hecho me fue advertido por la Fundación Raúl Wallenberg y enseguida me
dediqué a rellenar la información que ahora deseo compartir.
En efecto, horas antes del terremoto que zarandeó la
zona, como si desde el fondo de la Tierra se quisiese enviar un mensaje
de éxtasis, cerca de tres mil personas atiborraron la antigua catedral
armenia de San Giragos al ser inaugurada su magnífica restauración. Era
domingo y por primera vez en muchísimo tiempo -cargado de profanaciones-
se volvió a realizar allí un solemne servicio religioso. El templo fue
construido 350 años atrás y es aún la iglesia armenia más grande de todo
el Medio Oriente, aunque Diyarbakir ha quedado "limpia" de armenios. El
acontecimiento atrajo a peregrinos de países cercanos y hasta de
Holanda, Alemania y los Estados Unidos. Los armenios forman una gran
diáspora que ha seguido cultivando sus raíces histórica, idiomática,
religiosa, culinaria y musical, y se reconocen como miembros de una gran
familia destrozada por los guadañazos de un genocidio.
Al finalizar la concurrida misa, el alcalde Osman
Baydemir se dirigió a la congregación que ocupaba hasta los últimos
ángulos del edificio y declaró en armenio, kurdo, turco e inglés:
"¡Bienvenidos a vuestra casa! Ustedes no son huéspedes aquí, sino que
éste es su hogar". Fue un instante conmovedor, casi como el
reconocimiento de las barbaridades que sufrieron los armenios al
principio del siglo XX y antes aún.
El santuario había sido concebido con grandeza. Tiene
siete altares, numerosas columnas, arcos de medio punto, angulaciones
góticas y reminiscencias románicas. Pero fue virtualmente abandonado
luego de las masacres y deportaciones iniciadas en 1915. En un tiempo lo
usaron como cuartel para las tropas alemanas; luego pasó a funcionar
como un gigantesco establo, y por último lo rebajaron a una sucia
fábrica de algodón. El odio irracional y anacrónico no se conformó con
estas ofensas, sino que algunas bandas atacaron y saquearon el lugar
impunemente. Sólo se mantuvieron firmes las columnas, las paredes y
porciones de las bóvedas.
El periodista Esayan se atrevió a publicar: "Cuando vi
las condiciones de la iglesia en aquel tiempo, jamás hubiera imaginado
esta restauración impresionante". El costo fue cubierto por comunidades
armenias de todo el mundo y una parte muy significativa -hay que
enfatizarlo- fue aportada por la municipalidad de Diyarbakir.
Y aquí llega el plato fuerte. Al día siguiente, en una
ceremonia secreta, diez personas fueron bautizadas en la restaurada
catedral. Eran turcos que se consideraban armenios de muchas
generaciones y habían sido forzados a convertirse al Islam. La
conversión forzada era moneda corriente tanto en los territorios del
Islam como en los de la Cristiandad durante penosas centurias. La parte
montañosa y más inexpugnable de Armenia pudo resistir heroicamente.
Había sido el primer pueblo en hacerse cristiano merced a la fogosa
prédica de San Gregorio el Iluminador. Con el enciclopedismo que estalló
en Europa, la práctica de las conversiones forzosas empezó a ser
cuestionada y aminoró su empuje. Pero según el Patriarcado Armenio de
Estambul, a partir de 1915, cuando se inició el genocidio, alrededor de
300.000 armenios tuvieron que aceptar el Islam sunita o alawita para
conservar la vida o esquivar una deportación. Si se suma a los que
fueron obligados a dar ese paso en las décadas o centurias previas,
calcula el Patriarcado que no debe de haber menos de medio millón de
armenios que se declaran musulmanes pero se sienten cristianos. Los
carcome el dolor de no permitírseles reintegrarse a su fe ni a sus
tradiciones. Aunque Turquía es un país oficialmente secular gracias a la
revolución progresista de Kemal Ataturk, para los musulmanes el
abandono de su religión constituye un crimen imperdonable. Un armenio
cristiano que se haya convertido al Islam, aunque sea bajo presión, no
puede retornar a su fe originaria porque se transforma en un apóstata,
un canalla, alguien que no merece respeto ni consideración alguna.
"-Yo quiero que esta catedral esté siempre abierta
-manifestó uno de los recién bautizados «marranos armenios»-. Me resulta
increíble estar aquí junto a personas de todo el mundo con quienes
comparto el mismo origen.
"-¡Es como volver del exilio! -exclamó otro, sin poder contener las lágrimas.
"-Armenios viejitos -comentó una periodista que no se
atrevía a mostrar el grabador ni decir su nombre-, que vivieron en
Diyarbakir antes de la expulsión masiva y simulaban haber renunciado a
sus raíces, regresaban para recorrer calles, mirar desde afuera sus
antiguos hogares, pasar delante de la ruinosa catedral y darle rienda
suelta a su nostalgia imbatible. Todos hablaban turco, kurdo y armenio. Y
ninguno se atrevía a santiguarse en público."
En muchas zonas de la Turquía moderna aún perdura el
pluralismo religioso de las mejores épocas, aunque gobierne un partido
islámico que apuesta a la regresión. A poca distancia de la catedral se
yerguen la iglesia católica-caldea de San Pedro (en proceso de
restauración acelerada), una mezquita, una iglesia protestante modesta y
una diminuta sinagoga. El alcalde señaló con un entusiasmo contagioso a
los peregrinos que Diyarbakir se convertirá en la Jerusalén de
Anatolia, en el objetivo que buscarán las plegarias fervorosas. Utilizó
un lenguaje elíptico para referirse a los sucesos que empezaron en 1915:
"Que nuestros hijos celebren juntos las próximas realizaciones".
A diferencia de la iglesia Akdamar de la ciudad de Van
("pueblo" en armenio) (*), que fue erigida en el siglo X y se ha convertido
en un museo donde sólo una vez al año se permite realizar el servicio
religioso, la catedral de Diyarbakir tendrá oficios más regulares y
frecuentes, habrá conciertos de música clásica y exposiciones. Tendrá
vida. Tanta vida como estos nuevos marranos que regresan a sus fuentes
henchidos de gratitud y esperanza.
"La Nación", 29 de noviembre de 2011
(*) La iglesia de Aghtamar no se encuentra en la ciudad de Van, nombre que no significa "pueblo" en armenio (Armeniaca).
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