Vartán Matiossián
En menos de
una semana se cumplen 100 años de la fecha simbólica que marca el Medz Yeghern, el proceso de exterminio
planificado de la población armenia del Imperio Otomano, que Raphael Lemkin,
creador de la palabra genocidio, tuvo
como uno de los precedentes a la hora de su creación y que identificó como un
antecedente del crimen de crímenes ya en 1946. Se han producido numerosos
acontecimientos en el nivel internacional, desde el sermón del Papa Francisco
hasta la declaración del Parlamento Europeo. Probablemente habrá otros. La
repercusión en la prensa y los artículos que aparecen día tras día son la
prueba más evidente de que el Medz
Yeghern ha dejado de ser el “genocidio olvidado.” O al menos, de que de
ahora en más dejará de serlo.
La
declaración fue interpretada como un “golpe preventivo” a un anuncio del
entonces embajador de los EE.UU. en Armenia, John Heffern, de que el presidente
Barack Obama tendría una declaración “muy fuerte,” que después se redujo a lo
habitual. Lo esencial del mensaje de Erdogan fue lo siguiente: “Los incidentes
de la Primera Guerra Mundial son nuestro dolor compartido. Evaluar este período
doloroso de la historia a través de una perspectiva de memoria justa es una
responsabilidad humana y académica. . . . Y es con esta esperanza y fe que
deseamos que los armenios que perdieron sus vidas en el contexto del principio
del siglo XX descansen en paz y expresamos nuestras condolencias a sus nietos.
Independientemente de su origen étnico y religioso, rendimos tributo, con
compasión y respeto, a todos los ciudadanos otomanos que perdieron sus vidas en
el mismo período y bajo condiciones similares”. Su intento de ofrecer una
semblanza de rostro humano en busca de empatía, sin embargo, no llegó ni
siquiera al nivel de las disculpas a regañadientes de noviembre de 2011 (para
echar el fardo a su principal oposición, el Partido Republicano del Pueblo) por
las matanzas de Dersim de 1937-1938, en la que dijo: “Si hay necesidad de una disculpa
en nombre de estado y Si hay una oportunidad tal, puedo hacerlo y me disculpo”..
Sin embargo, tuvo el atrevimiento de subrayar el pedido de perdón de 2011 como
ejemplo de su capacidad “para confrontar todos los hechos”, esperando que
Armenia y la Diáspora “reconozcan nuestro paso valiente y se conduzcan de la
misma manera valiente”.
Para quienes no tienen tiempo de detenerse en los detalles, “dolor
compartido” es un descendiente directo de una declaración revisionista de 69
académicos estadounidenses publicada en 1985 por la Asamblea de Asociaciones
Turcas Estadounidenses como una solicitada en The New York Times y The
Washington Post. Esa declaración exigió “no hacer acusaciones sobre hechos
históricos antes de que sean totalmente comprendidos” en ocasión de un proyecto
de reconocimiento del genocidio que estaba en consideración en el Congreso de
los EE.UU. En un párrafo clave, decía: “Ningún firmante de esta declaración
desea minimizar la dimensión del sufrimiento armenio. Sabemos igualmente que no
puede ser considerado por separado del sufrimiento experimentado por los
habitantes musulmanes de la región. El peso de la evidencia descubierta hasta
ahora apunta en dirección de seria lucha intercomunitaria (perpetrada por
fuerzas irregulares musulmanes y cristianas), complicada por enfermedades,
hambruna, sufrimiento y masacres en Anatolia y áreas adyacentes durante la
Primera Guerra Mundial”.
Davutoglu, el autor intelectual de la declaración de
Erdogan, destacó que “el primer ministro turco ha extendido la mano de Turquía
a Armenia para acercar nuestros corazones y nuestra mentes” y esperó una
respuesta que permitiría construir “un futuro juntos”. (Todavía sigue esperando,
al igual que su patrón). En un artículo publicado en el diario inglés “The
Guardian”, equiparó “los colosales sufrimientos de los musulmanes otomanos” con
las consecuencias “inaceptables e inhumanas” de “la reubicacion de la gran
parte de la comunidad armenia”. (Reubicación es el término favorito de los
revisionistas turcos; los armenios fueron llevados de un lugar a otro como si
fuera una mudanza). Esto clama, según Davutoglu, por la creación de una
“memoria justa” sin comparar y sin categorizar el sufrimiento. (O sea, “ustedes
sufrieron, nosotros también; ahora pueden callarse”). Esta ecuación de
sufrimiento ya la había enunciado un revisionista estadounidense, el
historiador Justin McCarthy, en 1987: “La lección de la guerra en Anatolia
oriental no es que los turcos masacraron a los armenios… La lección es que
todos los habitantes del este otomano sufrieron. Sufrieron tales terrores que
es absurdo tratar de elegir quién tuvo el sufrimiento más grande”. Según
Davutoglu, la “memoria injusta creada alrededor de los acontecimientos de 1915”
había “hipotecado” la “historia común” que enunció en la versión conocida por
todos: “Para los armenios, 1915 fue un año de reubicación durante el cual se
produjeron tragedias inconmensurables. Los años anteriores y posteriores a 1915
también fueron un tiempo de tremenda tragedia para los turcos en Anatolia. Fue
en este tiempo que los turcos lucharon por su supervivencia en la guerra de los
Balcanes, en Canakkale y en la Guerra de Independencia. En realidad, este fue
un tiempo de dolor compartido”. Como observara en su momento el historiador
Gerard Libaridián, este fue un pedido para los armenios para que “acepten la
versión del ministro de esa historia” y para que “cambien su memoria colectiva”
bajo el manto de un llamado a turcos y armenios para que respeten mutuamente
sus memorias. Ese pedido se olvidó, obviamente, de lo que el periodista turcos
Omer Taspinar había escrito en 2012: “No se puede
esperar simplemente que los armenios empaticen con nuestro dolor. Armenia y los
armenios no fueron responsables de las tragedias que sucedieron a los otomanos
en los Balcanes, en Gallípoli o en el Medio Oriente”.
El cambio en la terminología de “masacres armenias” a “genocidio armenio”
en los pasados cincuenta años no cambió la naturaleza de la negación: esta consiste en
el cuestionamiento de la realidad de los hechos y no de su calificación.
Llámenlo como quieran: crimen, masacre, exterminio deliberado, aniquilación,
genocidio, no importa. Siempre habrá un líder turco para negarlo. El 1º de mayo
de 1965 el presidente de facto General Cemal Gursel declaró: “Hay que saber que
no hubo masacre armenia. Los armenios golpearon por la espalda y por sorpresa a
nuestro ejército, cortaron los caminos y obstaculizaron las comunicaciones, a
la vez que el aprovisionamiento de las tropas.” Cincuenta años después, otro presidente, Recep Tayyip Erdogan, amonestó
a la diáspora y al gobierno de Armenia el 19 de marzo de 2015: “Tenemos cientos
de miles de documentos, más de un millón de documentos. ¿Cuántos documentos
tienen ustedes? Traigan sus documentos y pondremos a trabajar a los
historiadores, nuestros historiadores, politólogos, incluso arqueólogos y
abogados… La verdad debe buscarse en los archivos… Nuestros llamados no tienen
respuesta porque el objetivo no es explorar los hechos. No tenemos nada por lo
que no podamos rendir cuentas. Por el contrario, si examinamos lo que nuestra
nación tuvo que sobrellevar en los pasados 100 a 150 años, encontraremos mucho más sufrimiento que lo que los
armenios supuestamente tuvieron”.
Como dijo el Papa, la negación equivale a dejar que la sangre siga fluyendo
de la herida sin poner una venda. La verdad ha sido encontrada en los archivos
hace mucho tiempo.
Por si se hace falta en los tiempos que vendrá, es bueno recordar que la
declaración de Erdogan fue equivalente a: “Hubo un múltiple choque de autos. Lamento
que su vehículo se haya dañado”. Ni reconocimiento, ni pedido de disculpas.
Ni siquiera la letra inicial de "justicia".
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