Emilio Cárdenas
Hoy
se cumplen cien años del comienzo -en Estambul- de la terrible y larga
serie de atentados y episodios perpetrados entre 1915 y 1923 que
conformaron el genocidio de los armenios. El primero del siglo veinte.
Un
millón y medio de armenios perdieron trágicamente la vida a través de
ejecuciones masivas, marchas forzadas, asesinatos, torturas,
deportaciones, hambrunas, así como el horror y la crueldad de los campos
de concentración en los que muchos fueran internados. Esto sucedió
cuando el Imperio Otomano estaba ya inmerso en su proceso de
desintegración, durante y luego de la Primera Guerra Mundial.
Un
millón y medio de armenios perdieron trágicamente la vida a través de
ejecuciones masivas, marchas forzadas, asesinatos, torturas,
deportaciones, hambrunas, así como el horror y la crueldad de los campos
de concentración en los que muchos fueran internados.
Una
de esas reacciones descontroladas de las autoridades turcas acaba de
suceder luego de que el papa Francisco utilizara expresamente la palabra
genocidio en su alocución en la emocionante ceremonia religiosa
celebrada en San Pedro, hace dos domingos, para conmemorar a las
víctimas de ese crimen abominable y acompañar a sus familiares. Airado,
el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, no sólo llamó a su embajador ante el Vaticano,
sino que protestó -insidiosa y mendazmente- acusando al Papa de ser
ciudadano de un país, la República Argentina, donde -siempre según el
mencionado Erdogan- la diáspora armenia "controla los medios y los
negocios".
Con idéntica actitud, Erdogan se refirió, poco después,
a la resolución que acaba de aprobar el Parlamento Europeo instando a
Turquía a reconocer de una vez lo sucedido, señalando que cualquier cosa
que digan los europeos "le entra por un oído y le sale por el otro". Su
primer ministro, Ahmet Davutoglu, lo acompañó destempladamente cuando,
refiriéndose a la resolución del Parlamento Europeo, señaló con
vehemencia que ella "refleja el racismo de Europa". Mientras tanto, su
país todavía parece aspirar a ingresar a la Unión Europea.
El
centenario del genocidio de los armenios y su conmemoración están
perturbando intensamente al nacionalista Erdogan y a su equipo de
gobierno. Lo que es realmente sorprendente, porque hace apenas un año su
posición sobre este tema era diferente. De corte más bien
conciliatorio. A punto tal, que Erdogan no sólo fue el primer alto
funcionario de su país que ofreciera condolencias a los descendientes de
los armenios que murieran en los tiempos del genocidio -aunque sin
reconocer su existencia- sino que, además, sostuvo que debería
conformarse una comisión de expertos independientes que, luego de
analizar lo realmente sucedido, se pronuncie acerca de sus alcances. Lo
que parece haber caído en el olvido.
Para
Erdogan, el tema tiene mucho que ver con una presunta defensa de la
identidad de su pueblo. De allí sus esfuerzos de falsificación de la
historia. Y su ahora cerrado retorno al "negacionismo".
Para
Erdogan, el tema tiene mucho que ver con una presunta defensa de la
identidad de su pueblo. De allí sus esfuerzos de falsificación de la
historia. Y su ahora cerrado retorno al "negacionismo". Pero, en rigor,
lo que está en juego es otra cosa. Diferente. Nada menos que aceptar la
verdad. Advirtiendo que se la puede hacer padecer, pero nunca perecer.
Por aquello de que no se puede tapar el sol con las manos. Lo cierto es
que cuanto más se aferre Turquía al referido "negacionismo", más se afectará su imagen, ante el mundo entero.
El
lunes pasado llegó una mala noticia para el presidente Erdogan.
Alemania anunció oficialmente que, cambiando de posición, reconocerá
mediante una resolución parlamentaria, la existencia del genocidio de
los armenios. Como ya lo ha hecho, entre otros, Francia. La resolución
alemana mencionada incluirá a la tragedia de los armenios como uno de
los ejemplos de genocidio en la historia del mundo. Tratándose de
Alemania, el cambio de posición adquiere una relevancia muy particular.
Mientras
tanto, en los colegios turcos se continúa desfigurando la historia y la
publicidad oficial impulsa una narrativa alejada de la verdad. Por
esto, apenas un 9% de los turcos creen que sus autoridades debieran
reconocer lo sucedido y pedir las disculpas del caso por la inmensidad
del crimen cometido -hace, es cierto, cien años- contra los armenios.
Para transitar el camino de la reconciliación no hay otra alternativa que
el reconocimiento honesto de lo sucedido. A través del mecanismo que
fuere. Continuar negando caprichosamente que el genocidio de los
armenios realmente ocurrió es un enorme error que se ha vuelto para los
turcos una empresa insostenible e irracional. Absurda y hasta casi
ridícula. Ocurre que, como bien dice el Papa, en las sociedades, como en
las personas, cuando una herida está abierta, no hay que dejarla
sangrar eternamente, sino tratar de curarla.
"La Nación", 24 de abril de 2015
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