10.8.14

Suprema hipocresía

Robert Fisk
Traducción de Celita Doyhambéhère
 
No quiso bombardear el califato sangriento de Abu Bakr al Baghdadi, cuando estaba masacrando a la mayoría musulmana de chiítas de Irak. Pero Barack Obama va al rescate de los refugiados cristianos –y los yazidis– debido a “un posible acto de genocidio”. A bombardear. Y menos mal que los refugiados en cuestión no son palestinos.
Esta hipocresía casi nos deja sin aliento, sobre todo porque el presidente de Estados Unidos está todavía demasiado asustado –por temor a disgustar a los turcos– para usar la palabra “G” sobre el genocidio de 1915 de Turquía de un millón y medio de cristianos armenios, una masacre masiva a una escala que incluso los matones de Abu Bakr aún no han intentado. Vamos a tener que esperar otro año para ver cómo Obama se maneja con las conmemoraciones del 100º aniversario de esa particular masacre musulmana de los cristianos.
Pero, por ahora, “Estados Unidos está llegando a ayudar” en Irak con los ataques aéreos sobre los “convoys” de combatientes del Estado Islámico. Pero, ¿acaso no es eso lo que los estadounidenses protagonizaron contra los talibán en Afganistán, a menudo confundiendo bodas inocentes por “convoys” islamistas? Dejar caer paquetes de alimentos a la minoría de refugiados por el temor que le causan sus vidas en las laderas de las montañas desnudas del norte de Irak es exactamente la misma operación que las fuerzas estadounidenses llevaron a cabo para los kurdos casi un cuarto de siglo atrás; y al final tuvieron que poner soldados estadounidenses y británicos en el terreno para crear un “refugio seguro” para los kurdos.
Tampoco Obama dijo nada acerca de su amigable aliado, Arabia Saudita, cuyos salafistas son la inspiración y la recaudación de fondos para las milicias sunnitas de Irak y Siria, al igual que lo fueron para los talibán en Afganistán. El muro entre los saudíes y los monstruos que crean –y que Estados Unidos ahora bombardea– se debe mantener tan alto como invisible. Esa es la medida de disimulo estadounidense en este último acto de duplicidad. Obama está bombardeando a los amigos de sus aliados saudíes –y enemigos del régimen de Al Assad en Siria, por cierto–, pero no lo dirá. Y sólo por si acaso, él cree que Estados Unidos debe actuar en defensa de su consulado en Erbil y la embajada en Bagdad.
Esa es la misma excusa que Estados Unidos utilizó cuando disparó sus cañones navales a las montañas Chouf del Líbano hace treinta años: que los jefes militares pro sirios del Líbano estaban poniendo en peligro la embajada estadounidense en Beirut. Que es tan poco probable que los islamistas tomen Erbil como que capturen Bagdad. Obama dice que tiene un “mandato” para bombardear del gobierno iraquí de Nouri al Maliki, el elegido pero dictatorial chiíta que ahora dirige a Irak como un Estado quebrado y sectario. La manera en que a los occidentales les encantan los “mandatos” desde el Tratado de Versalles de 1919, que atrajo a las fronteras de Oriente Medio para nuestros “mandatos”, las mismas fronteras que ahora el califato de Abu Bakr juró destruir. No hay muchas dudas acerca de la terrible e igualmente sectaria Isis que Abu Bakr está creando.
Su amenaza a los cristianos de Irak –conviértanse, paguen impuestos o mueran– ahora se ha vuelto contra los yazidis, la pequeña secta inofensiva cuyas raíces persas-asirias, rituales cristianos-islámicos y perdonando a Dios los han condenado como a los cristianos. Los kurdos étnicos, los pobres viejos yazidis creen que Dios, cuyos siete ángeles supuestamente gobiernan la Tierra, perdonó a Satanás: así que, inevitablemente, este antiguo pueblo llegó a ser considerado como adoradores del diablo. De ahí que sus 130 mil refugiados –al menos 40 mil de los cuales viven en las rocas de la montaña en por lo menos nueve lugares alrededor del Monte Sinjar– cuentan historias de violación, asesinato y matanza de niños a manos de los hombres de Abu Bakr. Por desgracia, todo puede ser verdad.
Los yazidis probablemente son descendientes de los partidarios del segundo califa omeya Yazid el Primero; su represión de Hussein, el hijo de Ali –cuyos seguidores son ahora los chiítas de Medio Oriente–, podrían teóricamente haber encomendado los yazidis al ejército musulmán sunnita de Abu Bakr. Pero sus rituales mezclados y su negación del mal nunca iban a encontrar el favor de un grupo que –como Arabia Saudita y los talibán– cree “en la supresión del vicio y en la propagación de la virtud”. En las fallas geológicas que se encuentran en el antiguo Kurdistán, Armenia y lo que era la Mesopotamia, la historia les dio a los yazidis una mala mano.
Pero por ellos, y los nestorianos y otros grupos cristianos, Obama ha ido a la guerra. Los franceses, con sus viejos espíritus de cruzados revividos, le pidieron al Consejo de Seguridad que reflexione sobre este pogrom cristiano. Pero la pregunta persiste: ¿Estados Unidos habría hecho lo mismo si los refugiados pertenecientes a minorías miserables del norte de Irak hubieran sido palestinos? ¿O la última campaña de bombardeos de Obama simplemente proporcionará una bienvenida distracción de los campos de exterminio de Gaza?

"Página 12", 9 de agosto de 2014

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