27.9.13

Armenia: el paraíso en las montañas

Pablo Benítez

Mística, orgullosa de su cultura ancestral y encantadora a los ojos –y el alma–, Armenia es un destino cautivante aun para aquellos cuyo apellido no termina en ian

Pequeña y montañosa rodeada de gigantes. Ancestral y sobreviviente. Culta y mágica. Armenia lo tiene todo para ser un destino soñado. Lo afirmo después de haber estado en su capital, Erevan, durante 37 días. De respirar su magia. De embelesarme con su silueta. De maravillarme con su gente. De cautivarme con su cultura.  Lo primero que regala Armenia es la imponencia del Ararat apenas uno se baja del avión. La montaña pequeña y la mayor, de 5.165 metros de altura, un volcán inactivo desde 1840 con nieve en el pico a pesar de que ya es verano y que el calor nunca bajará de los 30 grados.  
En el trayecto rumbo al apartamento en el que pasaría los siguientes días, los casinos y los clubes nocturnos parecen haber brotado como hongos, como la tardía respuesta a una prohibición añeja.  Después, la ciudad empieza a encandilar con otras luces. Todo parece llamarse Ararat. Bancos, licorerías, restaurantes y tiendas. A pesar de que los turcos se quedaron con el territorio donde se ubica la montaña, el Ararat es el símbolo de los armenios.  De repente, el chofer se desvía de la avenida y sus luces para entrar en una callecita que da a un enorme complejo habitacional. Ya es de noche y la oscuridad es espesa.
Las escaleras, la pintura y el cableado del edificio denotan un hondo deterioro. Pero, ya puertas adentro, la habitación es amplia y confortable.  Con el tiempo advierto que estos complejos habitacionales, idénticos, se repiten en todo el centro de la ciudad y también en las afueras. Son huellas del régimen soviético. De la igualdad al derecho de vivienda. Armenia fue parte de la URSS hasta la caída del régimen en 1991. 

Más chiquito que Uruguay

El país es pequeño, el más chico de las 15 repúblicas en las que se disolvió el gigante soviético. Limita al norte con Georgia, al oeste con Turquía, al sur con Irán y al este con Azerbaiyán. Es apenas más grande que Tacuarembó, 29.800 kilómetros cuadrados, y tiene poco más de 3,2 millones de habitantes.  El centro de Erevan está rodeado por montañas. Pero tiene encanto de sobra como para recorrerlo de a poco y a ritmo tranquilo para disfrutar paso a paso.
“Este debe ser el mejor lugar del mundo para criar a los hijos. Por la educación y el respeto con el que se forman. Todos hablan tres idiomas, tienen obligatoriamente dos actividades extracurriculares y tocan, al menos, un instrumento musical”, expresa Ari
La ciudad ha cambiado 180 grados en los últimos años, me lo habían advertido, era gris, irrespirable, de escasa vida comercial y turística. “No había ni Coca Cola”, me habían dicho. Ahora, Erevan es una ciudad de primer mundo europea. Limpia, de mucho espacio verde, atractiva, con una actividad comercial que no cesa ni los domingos y un profuso movimiento turístico.  “Armenia pasó por años muy oscuros tras la caída del régimen soviético. La gente se quería ir, no había trabajo; ahora cambió mucho”, me explica Ari, un argentino que trabaja en el aeropuerto como arquitecto. 
El problema fue que el régimen permaneció aún disuelta la Unión Soviética. Se mantenía, por ejemplo, la obligatoriedad del servicio militar, y la falta de oportunidades laborales determinó una fuerte emigración. El país vivía un estancamiento económico.  A eso se le sumó que Armenia estuvo en guerra con Azerbaiyán entre 1991 y 1994 por el territorio de la montañosa Nagorno Karabaj, y que en 1988 el norte fue sacudido por un terremoto que dejó un saldo de 50 mil muertos e hizo que 500 mil personas perdieran su hogar.   
“En el interior del país aún se ve mucha pobreza, pero ni aunque te descuides van a robarte, son incapaces de hacerlo”, cuenta Ari.  Tal cual, la sensación de seguridad con la que viví en Erevan y el resto de los lugares que conocí de Armenia es absoluta. No tiene comparación ni con las grandes ciudades europeas. Y no es una seguridad impuesta por un fuerte control policial. Es simplemente una cuestión cultural.   

El cambio de imagen
La clave que cambió la realidad del país fue el turismo. Y es lógico. Una nación que tiene una diáspora de alrededor de 8 millones de armenios que añoran su patria y sus raíces solo necesitaba ofrecerles a esos potenciales turistas un lugar de atractivos: y en eso se transformó Erevan.  La sociedad de consumo desembarcó en el pequeño país. Las casas de ropa pululan por la ciudad. La amplia y variada oferta de calzado femenino y carteras puede insumir horas en una simple caminata. Y a eso se le suma una amplia red gastronómica. El verano y los locales al aire libre son una invitación a hacer una parada. Y todo resulta muy accesible al bolsillo: 1.000 dram (la moneda armenia) equivalen a $ 50 [uruguayos]. Y se puede comer afuera, alguna de las exquisiteces locales, para dos a un promedio de $ 250.  La flota automovilística es ultramoderna: puras Range Rover y BMW. Y la gente, sobre todo las mujeres, se pasean por las calles con una superproducción estilística de cumpleaños de 15. A toda hora y en cualquier lugar.  
Eso sí. Se fuma mucho. Y el consumo de tabaco está exacerbado. En cada supermercado, detrás del cajero, hay una góndola con luces fluorescentes y pantalla plasma ofreciendo cigarrillos. Y para los no fumadores no debe haber cosa más desagradable que le fumen al lado en un restaurante.  Tal vez por esto, la población masculina no luce tan atlética como uno la suponía. Porque Armenia es un país de cultura deportiva. No en vano clasificó a 25 deportistas a los últimos Juegos Olímpicos, Londres 2012, donde ganó tres medallas, dos en lucha y una en halterofilia.   
El boxeo y el fútbol son populares. La canchita de fútbol 5 que está en el Complejo donde alquilé en Nalbandyan y Tumanyan se llena todo el día de entusiastas futboleros. A pura camiseta de Messi y Cristiano Ronaldo. Nunca un Luis Suárez o un Diego Forlán. Pero ojo. Los conocen. Cuando uno responde que es de Uruguay lo primero que surge es el nombre de Forlán. Después el de Suárez. Y Cavani cierra el podio.  Pero Uruguay también es conocido en Armenia por haber sido el primer país, en 1965, en reconocer el genocidio que el pueblo sufrió a manos del imperio turco-otomano en 1915.  
Cada noche, cuando el reloj marca la hora 21, la plaza se convierte en un show musical de agua y luces
 
Se respira cultura
La zona del Teatro Ópera, rodeada de espacios verdes y restaurantes al aire libre, es el epicentro de la ciudad. Ahí está la laguna (artificial) de los cisnes (dos blancos y dos negros) y la movida cultural gira en torno al recinto.  La oferta de espectáculos en el Ópera es constante. El canto, la danza, y la música armenia, tan ancestral como hipnótica, tienen ahí un espacio constante. Las entradas son muy accesibles. Pero en la enorme explanada del teatro, una zona para que los niños alquilen coches a batería o bicicletas, se arman permanentemente espectáculos gratuitos al aire libre. La cultura no solo se fomenta sino que el armenio la siente y la ejerce hondamente como parte de su vitalidad.  Un componente de la cultura armenia es educar personas. “Este debe ser el mejor lugar del mundo para criar a los hijos. Por la educación y el respeto con el que se forman. Todos hablan tres idiomas, tienen obligatoriamente dos actividades extracurriculares y tocan al menos un instrumento musical”, expresa Ari. 
A los niños se les permite el ingreso a todos los espectáculos artísticos. Aun si son de noche. Por eso no es extraño verlos disfrutar tanto sus danzas folclóricas o la música autóctona.  No solo los más chicos manejan varios idiomas. En mi primera salida solo a comprar comida de paso, unos shawarma, el último eslabón de la cadena del restaurante –el que empaquetaba y entregaba– me habló en armenio. Le hice un gesto de no entender. “OK”, me dijo: “Speaks Russian or English?” Y con el inglés, que manejan casi todos, es fácil explicarse. El hecho de que hablar el armenio, el ruso y el inglés implica también conocer tres alfabetos distintos. El armenio es creación de Mesrob Mashtots, que da su nombre a la avenida principal de la ciudad que termina en el Matenadaram, una biblioteca que guarda uno de los archivos más ricos del mundo en manuscritos y libros medievales. Desde el Ópera surge una peatonal de incesante movimiento que desemboca entre el Cinema Moscú, una plaza donde una tarde emitieron en una pantalla gigante armada para la ocasión The Wall, y la Plaza de la República.  Este sitio es mágico. Está rodeado del Museo de la Historia de Armenia y la casa central de gobierno coronada por un reloj gigante sobre el cual flamea la bandera armenia, la ierakuin (tricolor: roja, azul y anaranjado). 
Cada noche, cuando el reloj marca la hora 21, la plaza se convierte en un show musical de agua y luces. Sí. Desde el museo largan la música y el agua de la fuente de la plaza empieza a danzar acompañada por un sencillo juego lumínico. Es un momento encantador que se repite cada noche. Largan con Chaikovski o Strauss pero el repertorio incluye desde Ennio Morricone (The good, the bad and the ugly) a Paul McCartney (Live and let die) alcanzando el clímax con Music de John Miles. 
También en la plaza del Cinema Moscú hay un ajedrez de piezas gigantes donde se llena de niños a jugar. El juego es muy popular en el país. En las plazas, en la feria Vernisage (una especie de Fernández Crespo ideal para comprar chucherías) o en los complejos habitacionales es muy común ver partidos.  Tuve la oportunidad de jugar un par de tablas ante un armenio. Perdí en cuestión de segundos. Ojo. No fue un gran mérito ya que solo sé mover las piezas. Pero los tipos saben. Gary Kasparov, el genio que destronó a Anatoli Karpov en 1985, es hijo de madre armenia, y Levon Aronian, número dos del mundo en 2012, campeón de la Copa mundial en 2005 y olímpico en 2006 también es armenio. 
Sin embargo, el juego nacional es el tablí, lo que los anglosajones designan como backgammon. Ahí sí que no me animé. 

El corazón de la montaña
“¿Solo conociste Erevan? Todavía no viste nada”, me dijo una chica en una tienda. Se refería a la Armenia paisajística; la Armenia mística y medieval.  Así conocí algunos lugares increíbles: Khor Virap, Noravank y, sobre todo, Geghard. También el encanto del lago Seván, las ruinas de Garni o Echmiadzin. A espaldas del monasterio de Khor Virap se levanta, majestuoso, el monte Ararat. Khor Virap significa pozo profundo y debe su nombre a la fosa donde el rey Tirídates III tuvo preso y sometido a torturas al evangelizador Krikor Lusavorich (san Gregorio el Iluminador), el patriarca de la iglesia armenia, durante 14 años. Tras su liberación Armenia se convirtió en el primer país en adoptar el cristianismo en forma oficial. Fue en el año 301.
 El Ararat que fue visible durante todo el viaje en ómnibus queda tapado por las nubes cuando arribo a Khor Virap. Pero una pareja de recién casados que llega para fotografiarse en la iglesia le da a la visita otro toque.  El encanto de Noravank y Geghard no solo está en el diseño arquitectónico de los monasterios sino en su enclave geográfico: la montaña. Por sitios como estos Armenia es considerada un museo al aire libre. La arquitectura medieval de sus iglesias es considerada como referencia en el mundo cristiano. No solo por su estilo sino también por los lugares imposibles donde fueron emplazadas.   Las construcciones de Geghard son las más impactantes a la vista por haber sido labradas a mano en las rocas. El entorno agreste es silenciosamente conmovedor. En las ruinas de Garni visité un templo tipo Partenón de la era pagana. Las montañas que envuelven el lugar también lo hacen maravilloso. 
Echmiadzin significa “el lugar donde descendió el Único”, y la catedral que lleva su nombre es considerada la iglesia más antigua del mundo: fue construida entre el 301 y el 303 y según la tradición su ubicación responde a una visión de Krikor Lusavorich en la que Cristo descendió del Cielo y golpeó la tierra con un martillo de oro para señalar el lugar en el que la catedral debía ser construida.  En este lugar está la sede oficial de la Iglesia Apostólica Armenia, obviamente la más antigua del mundo, que allá por el año 451 se escindió del papa de Roma tras el concilio de Calcedonia. La última parada es el lago Seván, que puede apreciarse desde lo alto desde, por supuesto, una iglesia del siglo IX construida sobre las ruinas que dejó la destrucción de los árabes de otro monasterio del siglo IV.   El agua, verde cristalina, invita a una zambullida a pesar de su frialdad y de que no hay arena.

Memoria e injusticia
Dentro de Erevan hay dos sitios de referencia que no se pueden dejar de visitar: Tzitzernakaberd y el arco de Charents.  El primero es el museo del genocidio armenio, el crimen masivo más atroz en la historia de la humanidad. ¿Por qué? Porque casi un siglo después sigue impune entre la negación de Turquía y el cómplice silencio de aquellos que deciden dónde y cuándo corresponden las intervenciones militares. El museo está en lo alto de la ciudad pero para recorrer sus galerías, con una serie de documentos oficiales, libros, fotografías y pinturas del horror y hasta filmaciones, hay que descender. Es tal vez un símbolo del descenso al infierno que vivió un pueblo que vio morir a un millón y medio de personas a manos del Estado turco. Pero también es el descenso a las zonas más bajas y oscuras en las que ha caído la humanidad.  Me había quedado con ganas de ver el Ararat por lo que fui a un lugar  muy sencillo desde donde se puede apreciar perfectamente. Es un arco que  tiene inscripto versos de un poema de Yeghishe Charents (“¡Recorre el  mundo! No hay cumbre tan blanca como el Ararat”).
Pero la montaña estaba porfiada. Otra vez las nubes me impidieron ver su esplendor. Es evidente que quiere que vuelva.  
 
La comida
Nadie puede ir a Armenia sin probar, obviamente, el lehmeyun. Mer Taghe, en la calle Tumanyan, es el sitio de referencia. El shawarma, el shish kebab, el hummus de garbanzo con pan de pita para una entrada, tabulé (una ensalada) o el subreg también son platos imperdibles. Pero la cocina es tan vasta como exquisita. Tuve un privilegio: comer dolma (tomate, morrón, berenjena y repollos rellenos de carne, arroz y especias) y baklava (un postre con nuez y miel) caseros. Un deleite.
 
"El Observador" (Montevideo), 27 de septiembre de 2013 

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