Julieta Ojunián
Cuando uno está en ese lugar toma conciencia de su condición de humano.
Después de haber estado allí la mirada de uno cambia para siempre, no
se retrocede, se es más consciente. Frente a esas fotografías,
documentos, libros, en ese momento uno ya no piensa más el Genocidio
como un objeto de estudio, no se puede! Realmente no se puede porque
el dolor no permite eso, solo permite sentir incomprensión, impotencia y
más dolor..
¿Por qué han hecho esto con el pueblo armenio? ¿Por qué tanto
ensañamiento? ¿Por qué tanta injusticia? ¿Por qué la impunidad? ¿Por qué
la negación? Es evidente para los ojos de toda la humanidad lo que ha
sucedido, sin embargo los armenios continúan mirando las espaldas del
mundo.
Después de haber estado en silencio contemplando la llama eterna, los
ojos se cristalizaron ante el inevitable llanto… solo fue necesario
llorar, llorar y mantener el silencio…
Cuando llego a la casa de la familia armenia que me hospeda, los padres
me miran e intercambian palabras en armenio que yo no entiendo, luego
me miran y me dicen: “tus ojos cambiaron, estuviste ahí, viviste lo que
pasó, estuviste frente a la catástrofe, ahora tienes otra mirada…
experimentaste el magnetismo armenio, ahora sabes lo que pasó porque
mientras estuviste ahí pudiste sentir lo que nos pasó, es como si lo
hubieses revivido…”
Ahora, ese sentimiento de desazón que solía sentir cuando pensaba en la
historia de nuestros antepasados que debieron dejar su tierra
ancestral, vivir el destierro y el exilio, afloró e inevitablemente lo
pude comprender mejor o entenderlo desde otro lugar, estando en Armenia.
También fue inevitable pensar en Simón, en Hrant, en Levón, en
Haiganush y María. ¿Habrán pensado ellos alguna vez que alguien de su
descendencia alguna vez retornaría a lo que quedó de la Armenia que
ellos luego de partir añoraron en el más absoluto silencio?
Fue y es inevitable también pensar que la humanidad ha sido injusta con
el pueblo armenio. Los armenios han sido arduos trabajadores de la
tierra y también han brindado su cultura, arte, literatura, música,
arquitectura. No hace muchos años todo eso se intentó exterminar, toda
la historia, toda la etnia armenia y su cultura los turcos intentaron
hacer desaparecer de la faz de la tierra. Y ahora esos acontecimientos
se niegan descaradamente, tergiversan la historia, se apropian del
patrimonio cultural e invitan a su país a vacacionar para que vean todo
lo que pueden aprender y disfrutar de sus antepasados turcos. Pero
cuánta injusticia por Dios! Cuántos turcos nacidos de madres armenias
sin saberlo u ocultándolo…
Sin embargo, la Diáspora, la República de Armenia y Nagorno Karabagh
(Artsaj) resisten. Los armenios diseminados por el mundo toleran y
continúan luchando por el reconocimiento del Genocidio Armenio. Acá está
Hayastán, acá está Armenia, un pequeño estado en el Cáucaso que también
resiste a los avatares de la economía capitalista luego de la caída de
la Unión Soviética, donde sus ciudadanos armenios también resisten para
ser una república independiente a pesar de la complicada situación
geopolítica de su país. Los soldados armenios en Karabagh también
resisten cada día protegiendo a los karabaghtsí y sus fronteras.
¿Y por qué la resistencia? ¿Por que continuar luchando? Simplemente
porque la sed de justicia que sentimos los descendientes de armenios
será saciada sólo con JUSTICIA.
Se cuenta que durante el paganismo los armenios adoraban al fuego,
tenían un dios Vahagn (tormenta) y una diosa Astghik (estrella). A
Vahagn le gustaban las dzizernag (pequeñas golondrinas) porque lo
mantenían en contacto y le traían noticias de su amada Astghik. Cada vez
que Vahagn quería saber sobre Astghik iba al lugar donde solían estar
estas aves, iba a Dzidzernagapert (fortaleza de las golondrinas) donde
ahora se encuentra uno de los monumentos más emblemáticos de la
humanidad, llamado también Dzidzernagabert, el monumento que conmemora al
millón y medio de víctimas del primer Genocidio del siglo XX.
No es casualidad la relación entre los armenios, las golondrinas y Dzizernagapert. Los armenios son aquellas golondrinas que las
circunstancias trágicas de su historia los obligaron a dejar su tierra
ancestral, los obligaron a dejar su nido, su fortaleza. La trayectoria,
el viaje en busca de un lugar que les permita sobrevivir fueron muy
largos… pero como las golondrinas, los armenios siempre necesitamos
retornar al lugar de origen, al nido, a la fortaleza que nos espera y
que es Hayastán.
Acá en Dzizernagabert nos encontramos y nos podemos comunicar como
lo hacía Vahagn, con las madres, los hijos, los padres que no pudieron
volar a tiempo para sobrevivir al Genocidio, pero al mismo tiempo nos
encontramos también con las golondrinas que viven aquí y hacen posible
esta nueva Hayastán para todos los armenios del mundo.
"Dulce Granada" (www.dulcegranada.com), 22 de octubre de 2012
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