10.12.12

La crisis de los misiles cubanos: la otra crisis, la secreta

Joe Mathews
Traducción de Vartán Matiossián
 
En contra de la creencia popular, la crisis de los misiles cubanos no terminó con el acuerdo entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en octubre de 1962. Había otras cien armas nucleares en manos de Cuba –desconocidas para los EE.UU. en la época--, que espolearon una frenética e ingeniosa misión rusa para recuperarlos.
En noviembre de 2011, sabedores de que el 50º aniversario de las semanas más peligrosas de la historia se hallaba a menos de un año de distancia, mi colega ruso Pashá Shilov y yo nos topamos con varios relatos nuevos que cambiaron nuestra perspectiva de la crisis de los misiles cubanos y de lo que creíamos saber de ella.

Criado en Berkshire, Inglaterra, durante la paranoia nuclear de la década de 1980, con los misiles Cruise y Pershing de Ronald Reagan estacionados a tan sólo 30 millas de mi casa familiar, fui inculcado con una profunda consciencia de las políticas arriesgadas de la Guerra Fría.
Pashá creció en Moscú y describió cómo fue desde el punto de vista soviético, igualmente aterrorizador según su relato.
Pero lo que hemos aprendido de los escalofriantes acontecimientos de octubre y noviembre de 1962 ha puesto nuestras propias experiencias en perspectiva y quizás haya hecho brotar unos cuantos cabellos grises más en el camino.
Nuestras investigaciones nos llevaron a San Petersburg y a la Sociedad de Submarinistas Veteranos Soviéticos vía el Archivo de Seguridad Nacional en Washington, donde Svetlana Savranskaya, la directora de los archivos rusos, nos narró una historia increíble.
Había existido una segunda crisis de misiles secreta que continuó el peligro de una catastrófica guerra nuclear hasta el fin de noviembre de 1962.
Esto extendió la conocida crisis de los misiles bastante más allá del fin de semana del 27 y 28 de octubre, el tiempo que siempre se pensó como el momento en el que se levantó el peligro con el trato entre Kennedy y Khruschev de evacuar los misiles soviéticos a cambio de una promesa estadounidense de no invadir Cuba.
La crisis secreta de los misiles se produjo mediante una desconcertante mezcla de duplicidad soviética, fallas de la inteligencia estadounidense y el temperamento volátil de Fidel Castro.
El líder cubano, separado de las negociaciones principales de las superpotencias sobre el destino de los misiles soviéticos de largo alcance estacionados en Cuba, comenzó a frenar la cooperación con Moscú.
Temiendo que el orgullo herido de Castro y la extendida indignación cubana sobre las concesiones que Khrushchev había hecho a Kennedy pudieran conducir a una ruptura del acuerdo entre las superpotencia, el líder soviético urdió un plan para dar un premio consuelo a Castro.
El premio fue una oferta de más de 100 armas nucleares tácticas que habían sido despachadas a Cuba junto con los misiles de largo alcance, pero que, crucialmente, habían pasado totalmente desapercibidas para la inteligencia estadounidense.
Khrushchev concluyó que, como los estadounidenses no habían incluido los misiles en su lista de demandas, los intereses de la Unión Soviética estarían bien servidos al mantenerlos en Cuba.
El número 2 del Kremlin, Anastás Mikoyán, fue encargado de hacer el viaje a La Habana, principalmente para calmar a Castro y hacerle lo que parecía una oferta que no podía rehusar.
Mikoyán, cuya esposa estaba seriamente enferma, asumió la misión sabiendo que el futuro de las relaciones entre Cuba y la Unión Soviética estaba en juego. Poco después de llegar a Cuba, Mikoyán fue informado de que su mujer había fallecido, pero sin embargo, prometió quedarse en Cuba y completar las negociaciones con Castro.
En las semanas siguientes, Mikoyán guardó para sí los detalles de la transferencia de misiles mientras era testigo de los cambios de humor y la paranoia del líder cubano, convencido de que Moscú había vendido la defensa de Cuba.
Castro objetaba en particular los vuelos constantes de la aviación de vigilancia estadounidense sobre Cuba y, como Mikoyán supo para su horror, ordenó que las baterías antiaéreas cubanas dispararan sobre ellos.
Sabedoras de cuán delicado era el estado de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba después de la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas estadounidenses alrededor del mundo permanecieron en Defcon 2, una alerta menos que la guerra nuclear global, hasta el 20 de noviembre.
Mikoyán arribó a la decisión personal de que bajo ninguna circunstancia Castro y sus militares recibirían el control de armas con una fuerza explosiva igual a cien bombas del tamaño de la de Hiroshima.
Posteriormente, arrancó a Moscú de una situación aparentemente insoluble que aparejaba el riesgo de hacer estallar otra vez la crisis en los rostros de Kennedy y Khruschev.
El 22 de noviembre de 1962, durante una tensa reunión de cuatro horas de duración, Mikoyán se vio forzado a usar las artes oscuras de la diplomacia para convencer a Castro de que, a pesar de las mejores intenciones de Moscú, poner los misiles permanentemente en manos cubanas y proveerlas de una fuerza nuclear disuasiva independiente iba en contra de una ley soviética no publicada (que en realidad no existía). ,
Finalmente, después de la carta de triunfo de Mikoyán, Castro se vio obligado a ceder y – para el alivio de Khrushchev y de todo el gobierno soviético – las armas tácticas nucleares fueron finalmente puestas en contenedores y devueltas por vía marítima a la Unión Soviética durante diciembre de 1962.
Esta historia ha iluminado un capítulo parcialmente cerrado durante los pasados cincuenta años.
Pero nos deja con un gran respeto por Mikoyán y su capacidad para juzgar y eventualmente contener una situación de extremo peligo que pudo haber afectado a muchos millones de personas.

"BBC News Magazine", 12 de octubre de 2012

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