Vartán Matiossián
Se ha ido Bedrós Hadjián, una
de las figuras intelectuales con trascendencia diaspórica que la comunidad
armenia de la Argentina ha albergado a lo largo de la historia. Subrayo el
concepto de trascendencia diaspórica;
o sea, alguien cuya figura y cuya producción han cruzado los límites de su
comunidad. Esa trascendencia, en el marco de la producción intelectual o de
cultivo del pensamiento (que enfatizan el concepto de figura intelectual), se alcanza esencialmente con el elemento que
constituye el nexo de la dispersión: el idioma.
Como tantos otros términos,
“intelectual” es una palabra manoseada hasta el cansancio que a la vez elude
una caracterización concreta. No obstante, puede decirse que, tanto sea un
crítico como un defensor del orden establecido, se requiere del intelectual que
reflexione criteriosamente y a la vez llame a hacer lo mismo. Ese proceso a dos
puntas figura entre los elementos de su caracterización y establece un posible
criterio hacia la formulación de una definición: la reflexión del intelectual
como proceso de enseñanza implícita. Bedrós Hadjián cumplió con ese
requerimiento hasta el último día de su vida.
No fui su alumno, pero durante
los más de 30 años que compartimos en nuestra relación, laboral, intelectual o
personal, estuve entre los beneficiarios de sus enseñanzas. Al mirar por el
espejo retrovisor, no vacilo en decir que se convirtió en uno de mis “padres”
intelectuales en los cruciales años 1979-1980, cuando mi avidez por la lectura
en armenio comenzó a superar los límites de los libros de texto: mi padre
Zohrab me impulsó a entrar en el mundo de la traducción, mi profesor de
Castellano y Literatura en la Fundación Educacional Jrimián, Renato Morales de
Rivera, inspiró mi ingreso en el mundo de la armenología, y Bedrós Hadjián
publicó mis primeros balbuceos en armenio.
Por entonces, la lectura de
sus artículos y editoriales se convirtió, gradualmente, en una escuela
paralela. (No era de extrañar: recordemos que, durante el primer medio siglo de
la Diáspora, los diarios armenios habían sido la fuente de aprendizaje del
idioma para generaciones que no tuvieron escolaridad o la abandonaron en la
primaria). Su estilo abundaba en claridad y en
concisión, a la vez que carecía de la adjetivación y de las volteretas propias
de muchos de sus colegas que creían (y todavía creen) que escribir
correctamente significa escribir “en difícil”. A la vez, encerraba una pasión
muy particular, sentida pero sin sentimentalismos extremos, cuya mejor
exteriorización se advertía en las polémicas, que vaya si no faltaban en
aquellos tiempos. En última instancia, era consciente de que su misión era
hacer periodismo y no literatura. El docente estaba detrás; escribir de manera
correcta y accesible figuraba entre sus principios capitales. Obviamente, se
necesitaba tener un buen manejo del idioma armenio para comprender sus
artículos, y el conocimiento de quienes se quejaban de no entenderlos era el resultado
de tener un vocabulario limitado --el equivalente al que se usa hoy para
resumir pensamientos en 140 caracteres-- por la inexistencia de lectura. El periodismo
en cualquier idioma evidenciaba la diferencia entre el lenguaje escrito y el
habla cotidiana; todavía estaban lejos los tiempos en que los mejores diarios
argentinos se permitirían publicar artículos escritos con el nivel de
alfabetización básica requerido para escribir mensajes de texto o frecuentar
las redes sociales.
Era un autodidacta y me
atreveré a decir que emuló de lejos a Domingo Faustino Sarmiento, sin saberlo;
Bedrós Hadjián era un graduado de la escuela Mesrobián (quinto grado) en su aldea
natal de Djarablús, en Siria. A los quince años falleció su padre; su numerosa
familia se mudó a Alepo, donde se puso a trabajar para contribuir a su
manutención. En sus notas biográficas de 1982 escribió: “Mi principal ocupación
fue el autodidactismo: me dediqué a la lectura con una sed insaciable para
conocer nuestra literatura; aprendí francés y árabe. . .”[2]
En 1954, a los veinte años, era director de la escuela de Deir-Zor, cargo que
desempeñó durante cinco años; En ese mismo año comenzó sus escarceos literarios
e hizo sus primeras armas como columnista. Los exámenes de brevet y baccalaureat como
alumno libre, equivalentes a aprobar el ciclo básico y el ciclo completo de la
escuela secundaria, respectivamente, sobrevendrían en la década de 1960, cuando
ya orillaba los treinta años y era profesor en el Liceo “Karen Jeppe” de Alepo
(cuyo director sería entre 1967 y 1970, antes de venir a la Argentina).
En 1959 volvió a Alepo, donde,
a la par de la docencia, en 1960-1961 fue subjefe de redacción del diario Arevelk. La convivencia permanente con
el periodismo es una relación siempre peligrosa para un escritor; a veces, una
atracción fatal. En las citadas notas biográficas escribió: “Empecé a escribir
artículos de opinión en Arevelk.
Tengo que decir que el periodismo es una amante de fácil acceso, es la mujer
que se adueña de ti y no aquella otra bella amada, como la literatura, que ha
descubierto que eres un donjuán y espera grandes hazañas amorosas para que
puedas conquistarla. Entonces, he mantenido el culto de la bella en mi ser
mientras convivo con una amante”[3].
El fuego se llevó una serie de
manuscritos como precaución que tomara su familia durante días aciagos para la
comunidad armenia: “El descubrimiento de escondites de armas y el arresto de
muchos miembros de la F.R.A. en la República Árabe Unida (R.A.U.) en agosto de
1961, seguido por su posterior juicio a principios de 1961 por el nuevo régimen
sirio que había asumido el control tras la desintegración de la R.A.U.”[4]
Ese golpe, sumado a las demandas conjuntas que presentaban la docencia y el
periodismo, desde Siria hasta la Argentina, prácticamente lo iba a bloquear
como escritor durante muchos años.
Entre fines de 1982 y
principios de 1986, en la primera mitad de mi carrera universitaria, dejé de ser
su lector a la distancia para convertirme en un temporario colaborador en la
fragua editorial. Escribir en armenio se convirtió en una tarea cotidiana y el
bolígrafo rojo de Bedrós Hadjián hizo lo suyo para que paulatinamente yo
comenzara a escribir en azul con mayor confianza. Hacía docencia; explicaba
pacientemente, y a menudo con dosis de humor, tal o cual problema idiomático,
sin hacer jamás poses de sabelotodo o de superioridad
intelectual. Así fue siempre; en oportunidad de un artículo publicado muchos
años después, no vaciló en escribir para indicarme dos errores gramaticales y
luego agregar: “Querido Vartán, escribo todo esto con el deseo de que tus (. .
.) artículos también tengan una sintaxis perfecta. Lo mío es el producto de
sincera amistad y estima” (6 de septiembre de 2004). Pero aquélla no fue solamente una escuela de
idioma; aprendí muchísimo de cuestiones comunitarias, culturales, literarias,
políticas y editoriales. Y después aprendí a olvidar todo, porque “cultura es
lo que queda después de haber olvidado lo que se aprendió” (André Malraux).
Mi “posgrado” continuó en las
dos décadas siguientes, cuando su convocatoria me enroló en la novedosa
vocación de docente de historia armenia, primero en el Profesorado “Vahé
Tchinnosián” (1988-1992), una valiosa iniciativa lamentablemente frustrada, y
luego en el Instituto Educativo San Gregorio el Iluminador, desde 1994 hasta mi
partida de la Argentina en 2000. En mi diario trajín, era un placer muy
particular seguir nuestra colaboración y, cada vez que se presentaba la
oportunidad, sentarnos a hablar de los temas del pasado y del presente, en los
que coincidíamos y disentíamos, hacíamos y recibíamos críticas, en una palabra,
aprendíamos y comprendíamos. Teníamos diferencias de generación, de formación,
de idiosincrasia, de lecturas. Nos separaba medio mundo: uno había nacido y
crecido en el Medio Oriente, y había conocido el Río de la Plata en su edad
madura; el otro, nacido y crecido en el Río de la Plata, sólo intuía el Medio
Oriente. Pero eso no era un obstáculo para que pusiera en juego la avidez
intelectual que lo había caracterizado desde la adolescencia y tendiera líneas
para minimizar esas diferencias, incluyendo la evaluación de muchas páginas del
pasado, en las que mostraba un sano y singular espíritu de autocrítica.
Podíamos llegar a concordar en muchas cosas, pero no en una: River vs. Boca, o գետականներ vs. բերանականներ (las traducciones en clave
humorística eran suyas). Cuando ese tema desplazaba cualquier otro, éramos,
obviamente, tan eternos rivales como los dos equipos.
En los primeros años, me
convertí en uno de los pocos privilegiados que podía descifrar sin problemas su
letra jeroglífica. Tengo una deuda de gratitud: ese entrenamiento previo me facilitó
luego la publicación de manuscritos de diversas figuras de la literatura
armenia. Raras veces escribía a máquina. Entró en el mundo de la informática
cuando el siglo XXI ya había comenzado: “Hace unas tres semanas que nuestra
computadora tuvo un infarto y fue trasladada al hospital para una operación
inmediata; después comenzó el periodo de convalecencia y sólo en estos días
muestra señales de recuperación. Advertí cuán imperiosamente está conectada la
desgraciada a nuestra vida y cuánto influye en nuestras relaciones y actitudes,
cuando el año pasado, digamos, ni siquiera existía. No sé cómo vivíamos
entonces” (16 de abril de 2003). Sospecho, no obstante, que las versiones
iniciales continuaban escribiéndose con tinta (o lápiz) y papel. Veinte años
antes había dicho que escribir a máquina frenaba el flujo de sus ideas.
Muchos corren por las calles
de la vida traficando falsa modestia, pero se detienen a cada paso para
asegurarse de que su nombre figure en algún rincón. Barón Hadjián (así lo conocí siempre) era un hombre silencioso y
modesto, que aborrecía las vidrieras y escapaba de los reflectores. Con 51 años
y treinta de actividad pública, fue una de las diez personalidades de la
comunidad que en 1984, en su última visita a la Argentina, Su Santidad Vazkén
I, Catolicós de Todos los Armenios, condecoró por sus servicios. El
reconocimiento era tan merecido – el tristemente célebre dicho «Գնա՛ մեռիր, եկուր սիրեմ» (Kná merir, iegúr sirem, “Ve a morir y
vuelve para que te quiera”), no siempre se cumple – como inesperado, pero Su
Santidad había sido docente y editor cuando laico e intelectual toda la vida.
La crónica incluyó su foto al recibir la condecoración “Sahag-Mesrob” y la
mención de su nombre a la par de los otros nueve condecorados; ni una línea
más. Cuando en 2010 la República de Armenia lo condecoró con la medalla
nacional “Movsés Jorenatsí” por sus más de cinco décadas de servicios a la
cultura, la noticia apareció en la primera página de los diarios, desde Sardarabad en la Argentina hasta Aztag en el Líbano; si hubiera estado en
sus manos, apuesto a que hubiera figurado en el rincón más apartado de la
última.
En 1986 renunció a la jefatura
de redacción del entonces diario Armenia
y a la convivencia con su amante; comenzó de nuevo a hacer la corte a su amada,
abandonada durante tanto tiempo. Pero el galanteo duraría casi una década.
Mientras tanto, Hagop Gulludjián y yo iniciamos nuestro proyecto editorial,
Ediciones Armengraf, y Bedrós Hadjián comenzó lo que podemos caracterizar como
la etapa más fecunda de su vida.
En 1987 se publicó el primer
tomo de «Հայ մտքի մշակներ», con versión
simultánea en castellano de quien esto escribe y el título modificado de Grandes figuras de la cultura armenia.
Era un trabajo de divulgación novedoso, sobre todo en castellano: excepción
hecha de la “Historia de la literatura armenia” de H. Thorossián (valiosa
traducción de Jorge Sarafián, probablemente la mejor), no había ningún otro
libro que abarcara la cultura antigua más allá del siglo V d.C. El autor había
bosquejado, tras una lectura de numerosas fuentes secundarias, una síntesis que
podía usarse como libro de texto tanto en armenio como en castellano. El
segundo volumen, con similares características, apareció en edición bilingüe en
1990.
Mientras tanto, en 1988
aparecieron los tres tomos de «Պարզ քերականութիւն» (“Gramática simple”), la única de sus diversas series
de libros de texto que pasó por la imprenta. Con algún conocimiento de causa,
se puede decir sin temor a exagerar que el autor había volcado allí el concepto
simbolizado por las tres C: claro, concreto y conciso. Nunca he sido un dilecto
amigo de la gramática en sus fundamentaciones teóricas, pero recuerdo haber
refrescado con fruición mis conocimientos mientras trabajábamos en la edición
de la serie y aún después.
En 1992 logramos que Bedrós Hadjián,
tras seis años de llamarse a silencio, retornara a la palestra con sus
artículos de opinión en la revista Harav,
que Hagop y yo publicamos entre junio y diciembre de ese año en castellano. A
pesar de su vida breve, la recepción de la que gozó la revista fue algo
reconfortante; ensayos como “La cultura del ladrillo” o “La sociedad de los
poetas muertos” eran parte de nuestro esfuerzo por pensar seriamente nuestra
situación comunitaria y diaspórica. En sus páginas, el lector conoció sus
artículos de opinión, que
hasta entonces nunca se habían traducido. Durante los siguientes veinte años,
sus colaboraciones sobre temas políticos, sociales, culturales y literarios
reaparecieron en la prensa de la Diáspora y de Armenia. Harach (París), Nor Harach
(París), Nor Guiank (Los Angeles), “Aragast” (Los Angeles), Marmará (Estambul), Sardarabad (Buenos Aires), Kantzasar
(Alepo), Aztag (Beirut), Pakín (Beirut), Zartonk (Beirut), Azg
(Ereván), fueron algunos de los diarios y periódicos donde, continua o esporádicamente,
se publicaron sus textos.
En 1995 editamos su primer
libro de ficción: «Հրամմեցէք պարոններ» (“Sírvanse,
señores”). Había un par de cuentos publicados treinta o cuarenta años antes;
pero la mayor parte habían sido escritos en los últimos años, cuando el “muro
de Berlín” que había rodeado su escritura por más de dos décadas se había
derrumbado. De esta manera, la literatura armenia de la Diáspora se enriqueció
con dos temas escasamente tratados hasta entonces: la repatriación de 1946-1948
y los armenios islamizados.
Después de la publicación de
los dos primeros tomos de Grandes figuras
de la cultura armenia, con frecuencia insistí durante los años siguientes
para que continuáramos, ya que los nombres destacados entre los siglos XV al XX
eran mayoritariamente grandes desconocidos para el lector castellano. Pero el
proyecto no continuó bajo ese formato, por un motivo u otro, a pesar de que
algún capítulo del tercer tomo puede hallarse entre los papeles del autor.
No obstante, la siguiente
traducción en castellano, de alguna manera, tuvo una conexión con esa serie. El
original, «Մեծ Եղեռնի մեծ նահատակները» (“Los grandes mártires del
Gran Crimen”),
ha quedado inédito hasta el día de hoy: la traducción apareció en 2001 con el
título modificado de La palabra
silenciada: las víctimas intelectuales del Genocidio Armenio.
También en 2001, Bedrós Hadjián
publicó un nuevo libro que probablemente sea su trabajo de divulgación más
importante: «100 տարի, 100 պատմութիւն» (“100 años, 100 historias”). La historia armenia del siglo XX, rica en
acontecimientos cruciales y controvertidos, es una gran desconocida por el
hecho de estar tan cercana. No existía un trabajo de divulgación que
constituyera un resumen sucinto de ese siglo tan “problemático y febril” para
nosotros. El autor lo hizo posible con un extenso trabajo de investigación que,
por sobre todo, en su exposición final mostró cómo se podía tener una
determinada posición y a la vez eludir la subjetividad tanto como fuera
humanamente posible al abordar temas tan complejos. Este fue el último libro
que apareció con el sello de Armengraf; ese año Hagop Gulludjián se radicó en
Los Angeles.
No me he referido a la
actividad pública de Bedrós Hadjián. Pertenece al juicio de la historia. Y si
nos remitimos a la tradicional opinión de que son historia aquellos hechos
desde cuya fecha han transcurrido más de cincuenta años, entonces las palabras
huelgan. Sólo quiero citar un breve episodio, del que fui testigo a la
distancia, pero que merece recordarse por su valor simbólico y testimonial. En
2001 formó un comité de asistencia a la repatriación, que por sus siglas en
armenio se llamó “HAY”. Estaba destinado a ayudar financieramente a los
emigrados de Armenia que, por las dificultades que sufrían aquí como resultado
del colapso económico, entre otros muchos factores, estaban dispuestos a
retornar, pero no tenían dinero para el pasaje. No recuerdo la cifra exacta de
personas (algunas decenas) que pudieron retornar gracias a esta modesta
iniciativa que duró algo más de un año – sin precedentes en la época de la segunda
independencia de Armenia –, pero lo importante fueron el gesto y el pensamiento
que lo convalidaba. Los fragmentos de algunas cartas lo ilustran:
29 de octubre de 2001: “A
despecho de los temores o vacilaciones que existen, hasta hoy hemos anotado a
unas 40 personas permanentes, que van a colaborar con nuestra tarea con cifras
mensuales; muchos vinieron espontáneamente e hicieron donaciones. Quiero
agregar que el tema fue recibido con mucha seriedad y aprecio por la comunidad
armenia. (...) Mientras tanto, hay que
decir que ya tenemos una lista de gente que requieren [un pasaje para] partir,
que no son para nada una colección de tránsfugas, sino gente humilde con hijos menores de edad, todos venidos de
Armenia”.
6 de marzo de 2002: “Aquí
todos los días se agregan unas cuantas personas a los que retornan y realmente
para mí es una situación difícil: la gente no tiene dinero, no tiene trabajo,
no tiene dónde vivir. Cuando el gobierno de Israel otorga sesenta mil dólares a
quienes retornan, nosotros, grandes y chicos, observamos con la paz del corazón
cómo nuestros compatriotas se van desgastando, incluyendo el gobierno de
Armenia, cuyo embajador en Buenos Aires –a quienes recurren a él-- ofrece la
dirección de Bedrós Hadjián.... tebi
ierguir.”
A pesar de la distancia,
nuestra comunicación y nuestra colaboración no cesaron. La asistencia editorial
y técnica de Hagop hizo posible la publicación de los dos libros siguientes: «Կար ու չկար» (“Había una vez”, Buenos
Aires, 2003), historias extraídas de su vida como docente y «Կարկեմիշ» (”Karkemish”, Alepo, 2005), la recreación de la
vida en un pueblo ¥գիւղաքաղաք¤ de
la Diáspora, ni ciudad, ni aldea (Karkemish es el nombre hitita de su solar
natal, Djarablús). Algunos de los párrafos iniciales de este último libro no
sólo ofrecen al lector una idea de la vena literaria del autor, sino también
del pensamiento embebido en ella:
“He perdido desde hace años el
oriente, es decir, el punto cardinal desde el cual cada mañana el sol, rojo y
redondo, llega a la tierra con la parsimonia de quien acaba de despertarse,
pero como una alumna perseverante que entra a clase: primero con vergüenza y
modestia, luego con visión aguda y brillantez.
“Al perder el oriente, a
menudo confundo mi dirección y no logro fijar mi posición en las calles de una
gran ciudad. Cuando avanzo por una ancha avenida o cuando me detengo en una
exuberante plaza, observo en mi derredor y me esfuerzo por saber hacia dónde me
guían mis pasos: ¿hacia el oeste o el norte, hacia el sur o el este? Entonces,
para hallar mi dirección, me siento imaginariamente frente a nuestra alta y
azulada ventana de Karkemish y contemplo los almendros y los albaricoqueros del
jardinero Bedrós, las robustas moreras del jardinero Ohannés y los campos de
trigo que se extienden detrás de ellos, hasta la cinta de plata del río y la
ronda danzante de las colinas.
“(...) Al llegar todos los
días a Karkemish, pareciera que el sol también hubiera llegado al mundo.
“Y yo finalmente encuentro el
Oriente, dondequiera que esté y cualesquiera sean las avenidas de la gran
ciudad del mundo en las que me he perdido o, confuso, me he detenido. No
obstante, no crean que los albaricoqueros y los almendros del jardinero Bedrós
están siempre ornamentados con flores rosadas y blancas antes de la venida del
sol, o que sus cabellos luminosos se asientan todos los días, sin falta, sobre
la cima de las moreras del jardinero Ohannés.
“(...) Sea cual
fuere la actitud de Karkemish hacia el sol, sea cual fueren la manera y los
colores con los que se prepara para recibir su llegada mañanera --
albaricoqueros florecidos o techos nevados --, yo sé, sin temor a equivocarme,
que el sol llega a Karkemish justamente por el frente de mi ventana azulada,
por sobre los jardines de Bedrós y Ohannés, los trigales que bordean el
matadero, el abrazo del Eufrates y sus colinas aledañas, y con su arribo entra
en el mundo, no importa que un día sea con mejillas arreboladas e
irresistibles; otro, con un velo transparente que le cubre el rostro; y otros
días, envuelto en sábanas blancas.
“Entonces es cuando puedo inclinarme, sin error, hacia
el oriente, hacia aquel punto cardinal que he perdido desde hace años y no he
encontrado, ni en Buenos Aires ni tampoco en las avenidas devoradoras de cualquier
gran ciudad”[5].
Esto no era una simple hipérbole. Era la metáfora de
su propia condición humana, del hombre que había sido trasplantado del medio en
el que había nacido y crecido, y que nunca había logrado – es dudoso que lo
haya intentado seriamente – adaptarse totalmente a la nueva etapa de su vida. En
todo caso, hizo una adaptación sui
generis que implicaba simplemente una serie de concesiones cosméticas. No
vivía en el pasado, pero era indudable que sentía la carencia de ciertos
elementos de su propio pasado. (Cuando visité Alepo por primera vez en junio de
2011, pude entender mejor lo que simplemente había percibido a la distancia).
Parafraseando la expresión del poeta armenio argentino Agustín Tavitián
(1939-1990), con quien también compartieran años de trabajo juntos, era un
poeta perdido en la república.
En una oportunidad habíamos
conversado sobre la factibilidad de traducir «Հրամմեցէք պարոններ» al castellano. Recuerdo haber
dicho que no me parecía que la temática pudiera interesar al lector de habla
hispana que no tuviera el marco de referencia necesario para entrar de lleno en
las historias. ¿Hasta qué punto temas “internos” como la repatriación de
1946-1948 o los armenios arabizados podían interesar al lector armenio o no
armenio sin conexión personal previa? El autor había estado plenamente de
acuerdo.
Fue una sorpresa, entonces,
enterarme a principios de 2003 que el veterano y prolífico Berg Agemián -- ¿qué
habrá sido de sus numerosas traducciones inéditas?-- había traducido el libro
con el título de “Se lustra, señores”. Como nota al margen, autor y traductor
habían estado ubicados en las antípodas ideológicas durante décadas, pero el
interés de Agemián por la literatura armenia evidentemente había primado por
sobre consideraciones no literarias, si es que quedaba alguna; siempre se puede
encontrar terreno común para lo que sea, desde limar asperezas hasta
simplemente hallar puntos de contacto, cuando exista la voluntad de hacerlo.
“Berg Agemián trajo la
traducción del libro; espero que Avó [el periodista Avedís Hadjián] venga para
que lo lea, te voy a mandar una copia con él” (16 de abril de 2003). Dos
semanas después, me escribió: “Te había dicho que B. Agemián ha traducido «Հրամմեցէք պարոններ» al
castellano sin haberme consultado. Cuando le objeté, diciendo que el libro no
es de interés para el lector odar [օտար« no armenio], me respondió que el libro ha sido
traducido para las nuevas generaciones armenias, que no saben nada de las
cuestiones nacionales tratadas en el libro. Me di cuenta de que tenía razón, y
no sólo en parte. El respetable caballero Hagop Gulludjián está totalmente de
acuerdo con esta opinión, aunque agregó que si la traducción es buena, también
puede interesar al lector argentino”. Pasó el tiempo y la traducción llegó a mis
manos: “Hablé de inmediato con Berg Agemián, diciéndole que hay alguien que
sabe buen castellano y ha apreciado mucho su traducción, pero advierte que la
traducción ha sido literal; quiere dar un mayor sentido literario a ciertos
párrafos, si es que está de acuerdo, antes de la publicación. (...) El hombre
está de acuerdo con cualquier modificación; obviamente, quiso saber quién es la
persona que la hará. Le dije que se lo diré, si se concreta” (25 de julio de
2003).
Pero, mientras tanto, sucedió lo inesperado:
“Te voy a dar una noticia triste. Hoy vinieron a verme dos chicas, quienes me
dijeron que son las hijas de Berg Agemián y que su padre falleció el sábado [9
de agosto]. Sabían que su padre había traducido el libro de un director de
escuela y me buscaron preguntando aquí y allá, porque no sabían mi nombre y
sólo sabían que la persona es un director y uno de sus hijos vive en los
Estados Unidos. (...) Dijeron que sólo estaban interesadas en saber si el libro
se iba a publicar. Dije que se va a publicar y que respetaré el derecho de su
padre” (12 de agosto de 2003).
La corrección inicial, en las
páginas mecanografiadas por Agemián, retornó a Buenos Aires. Meses después, una
vez copiado en computadora, el texto volvió para una segunda revisión: “Sé que
debes tener bastantes ocupaciones para poder dedicarte a un libro cuya
traducción fue una verdadera sorpresa para el autor y que tuvo la fortuna de
hallar un mecenas. Como habías anticipado, a nuestros chicos (...) tampoco les
ha gustado la traducción, por lo que te pido que la mejores tanto como sea
posible, castellanizando el lenguaje y el estilo del libro, y por supuesto
manteniendo la lógica estructural de los escritos. Por lo visto, la traducción
de Berg se hizo literalmente, por lo que hay que darle sentido literario de
acuerdo con las características idiomáticas del castellano” (30 de enero de
2004).
El principal problema, común
en muchas traducciones de literatura armenia al castellano, había sido la
imposibilidad de tomar distancia del texto original sin perderlo de vista. Los
textos de nuestro autor, a pesar de su aparente accesibilidad, requerían de una
estrategia particular para su abordaje, que implicaba la reescritura, como dice
el prólogo, en “un texto que plasmara una interpretación fiel del espíritu
del original armenio, sin alejarse demasiado de su letra”[6].
Esta vez fue el autor quien
sugirió un cambio de título. El libro, publicado en 2005, adoptó el título de El cinturón, uno de los cuentos más
emblemáticos, notoriamente autobiográfico.
Mientras tanto, yo había
comenzado a trabajar en la traducción de «100 տարի, 100 պատմութիւն», que apareció en
castellano como Cien años, cien
historias: Armenia y los armenios en el siglo XX (2007). Si en armenio era
una contribución importante para el lector no especializado tuviera un panorama
de la historia del último siglo, tanto más puede decirse de la versión castellana,
donde se agregaron capítulos y notas aclaratorias.
Una vez terminada esa
traducción, me aguardaba una sorpresa: barón
Hadjián había resuelto publicar un libro que constituye, en su sección inicial,
el único trabajo en armenio que abarca los últimos cincuenta años de las
comunidades armenias de Sudamérica y que, por su naturaleza, constituye una
fuente que el futuro investigador no debiera desdeñar. La sorpresa fue que me
pidiera ser el editor del libro, «Հարաւը Սփիւռքի մէջ» (“El Sur en la Diáspora”,
Alepo, 2008); pudo haberse titulado también «Սփիւռքը Հարաւի մէջ» (“La Diáspora en el Sur”), que era su
otra alternativa. Por desgracia, ése fue el último libro que publicó en vida.
El autor reunió allí una
colección de artículos parcialmente publicados en la prensa sobre temas
comunitarios, incluyendo sus análisis de las encuestas que había realizado
desde 1988. El libro incluyó también una serie de notas sobre temas de interés
armenio, que por la imposibilidad de acceder a todos los artículos publicados
en el período 1971-1986 no pudo convertirse en lo que Bedrós Hadjián hubiera
merecido: una antología de su producción como periodista.
Mi tarea consistió en la
selección y estructuración de los textos en un todo consistente, y en la
inclusión de notas aclaratorias. El libro se dividió en dos partes interrelacionadas.
La primera, “El Sur”, se subdividió en tres capítulos: “Imágenes armenio-argentinas”,
“El presente y el futuro de la educación armenia” y “La nueva generación, hoy y
mañana”. La segunda parte, “... En la Diáspora”, también se subdividió en tres
capítulos: “Postales desde el Sur”, “Mosaico de la Diáspora” y “Genocidio y
reivindicación”. El corolario fue un prólogo que situó las comunidades de
Sudamérica en el contexto de una Diáspora que las había ignorado, sentenciado a
una pronta desaparición o dejado de lado por mucho tiempo, a la vez que evaluó el
papel de Bedrós Hadjián en el “redescubrimiento” de su realidad actual para el
lector en idioma armenio.
Tenía un libro listo, «Բառերու շուրջպարը» (“La ronda de las palabras”),
que se publicó parcialmente hasta el número de Sardarabad que anunció su fallecimiento. También sé que había otros
libros inéditos o en preparación. Lamento en particular que no haya publicado sus
memorias, que pudieron haber sido una valiosa fuente sobre muchos aspectos de
la vida armenia en el mundo y en la Argentina durante el último medio siglo.
Pero en 2009 Bedrós Hadjián fue
el artífice de otro libro en castellano: ¡Mamá,
no vendas a mi hermanita! (Historias de un martirio eterno), de Kevork
Apelián (1941-2011), una traducción parcial de mi autoría de su volumen en
armenio, «Ցկեանս նահատակութիւն». Ambos escritores se
conocieron en el Congreso Panarmenio de Escritores celebrado en Armenia en 2008
y Hadjián leyó prácticamente en una sola noche, en la Casa de Escritores de
Tzaghkadzor, las 500 páginas del original. Las historias de los armenios
islamizados por la fuerza durante el genocidio, que Apelián había recogido de
boca de los sobrevivientes o de sus descendientes en el Líbano y en Siria, eran
tan emotivas – también continuaban la temática que nuestro autor había
desarrollado en El cinturón -- que
resolvió ese mismo día que el libro debía publicarse en castellano como una
contribución al esclarecimiento del tema. Y así fue.
Nos veíamos en cada visita a Buenos Aires. La
última vez fue en 2009, pero en Nueva York. En oportunidad de su estancia allí,
la filial local de “Hamazkaín” había organizado una conferencia. Como viejo
conocido suyo, me invitaron a presentarlo. El salón estaba lleno; muchos de sus
antiguos alumnos de Alepo se habían congregado. El paso del tiempo había
abreviado los famosos «երկու խօսք» (yergú josk) del pasado (habló
durante 40 minutos), pero su capacidad oratoria y la claridad de la exposición
seguían intactas. Fue una de las pocas veces que lo he visto con un texto
escrito. Por lo general, sus discursos partían de algunas ideas centrales que
se hilvanaban oralmente; su ininterrumpido fluir podía hacer suponer al oyente
desprevenido que hubieran sido aprendidas de memoria.
El 1º de septiembre pasado apareció
en Nor Harach, en París, el último
artículo de su serie “Postales desde el Sur”. Un día después, fue uno de los
oradores en la conmemoración comunitaria de la independencia de Artsaj. Mejor
no puede decirse: cayó en la brecha.
Con él se ha ido uno de los
últimos mohicanos de la lengua armenia en la Argentina. Recuerdo que hacia
1984, cuando publiqué un artículo sobre la situación de la lengua en el medio
comunitario, me había hecho un comentario breve sobre su tono pesimista; el
título, en traducción al castellano, era algo así como “Acerca de horizontes
oscuros y de nubarrones”. Un cuarto de siglo después, en el prólogo de la reedición
de El cinturón y Karkemish realizada en Ereván, su editor, el crítico literario Surén
Danielián, había señalado: «Արգենտինայի հայ գրչօջախի մարմրող աւանդոյթները այսօր արձակում շարունակում է ճանաչուած արձակագիր Պետրոս Հաճեանը եւ... գրեթէ՝ միայնակ» (“El
conocido narrador Bedrós Hadjián continúa en la prosa las tradiciones en
extinción del hogar literario armenio de la Argentina... casi en solitario”)[7].
Dudo sobremanera que quien hizo de la práctica integral del idioma una vivencia
cotidiana, en lo oral y en lo escrito, en lo público y en lo privado, hoy fuera
a decirme que el horizonte se ha aclarado o que la tormenta no se ha
desencadenado. El año pasado, el Catolicós Aram I de la Gran Casa de Cilicia
patrocinó la formación del Արեւմտահայերէնի Պաշտպանութեան Յանձնաժողով (Comité de Defensa del Armenio Occidental). Entre los 27 miembros designados,
provenientes de 11 países, figurá(ba)mos los “tres mosqueteros”: Bedrós
Hadjián, Hagop Gulludjián y yo.
Un
día estallará mi corazón
y se
desparramarán los versos que no he escrito[8],
escribió Agustín Tavitián en
uno de los poemas de “La palabra invicta,” pocos años antes de que su
premonición se cumpliera, un 24 de agosto de 1990.
El 3 de septiembre de 2012, el
corazón de Bedrós Hadjián le avisó que era hora de partir.
Entre otras coincidencias,
veintitrés años y un día antes, el corazón de mi padre había enviado el mismo
mensaje.
Desde algún lugar, en el que
probablemente ya se han encontrado, sus memorias habrán de seguir inspirando a
quienes están y a quienes vendrán.
“Sardarabad”, 17, 24 y 31 de
octubre de 2012
[1]Narciso
Binayán Carmona, Entre el pasado y el
futuro: los armenios en la Argentina, Buenos Aires, 1996, p. 260-262.
[2]Minás
Tololyán, Դար մը գրականութիւն (Un siglo de
literatura), vol. II, Boston, 1982, p. 493.
[3]Idem.
[4]Ará
Sanjián, “The A.R.F.’s First 120 Years”, Armenian
Review, Winter 2011, p. 11.
[5]Bedrós
Hadjián, Կարկեմիշ (Karkemish),
Alepo, 2005, p. 7-10.
[6]Vartán
Matiossián, “La escritura de un mundo perdido”, en Bedrós Hadjián, El cinturón, traducción de Berg Agemián,
Buenos Aires, 2005, p. 17.
[7]Surén
Tanielián, «Կարկեմիշ՝ դէպի անցեալ թռչող մեր երազները» (Karkemish: nuestros sueños que vuelan hacia el pasado”),
en Bedrós Hadjián, Ճանապարհ դէպի Կարկեմիշ (Camino
a Karkemish), Ereván, 2008, p. 5.
[8]Agustín
Tavitián, La palabra invicta, Buenos
Aires, 1988, p. 42.
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