Jorge Rubén Kazandjián
La reciente designación del Cardenal Bergoglio como máximo jefe de la Iglesia de Roma generó gran entusiasmo no solo en la grey católica, sino también en aquellos que vislumbran al Papa Francisco como impulsor y protagonista de grandes cambios y transformaciones que también alcancen otros ámbitos. La honda crisis que atraviesa la Iglesia católica hizo que los electores del nuevo pontífice pusieran sus ojos en el cardenal que ya los había impresionado durante el proceso que precedió a la designación de Benedicto XVI.
Su claridad de conceptos, el profundo convencimiento de que había que había que pegar un golpe de timón y tomar decisiones que afectarían a una estructura largamente criticada por conservadora e ineficaz hizo que el tradicional humo blanco no tardara en elevarse en el cielo vaticano.
Su claridad de conceptos, el profundo convencimiento de que había que había que pegar un golpe de timón y tomar decisiones que afectarían a una estructura largamente criticada por conservadora e ineficaz hizo que el tradicional humo blanco no tardara en elevarse en el cielo vaticano.
Francisco inició su derrotero con el entusiasmo propio de un adolescente seguro de sí mismo y rápidamente ingresó en el corazón de sus fieles. Pero, ¿su carisma lo será todo? O deberá también asumir la responsabilidad de descabezar a aquellos grupúsculos que con su accionar erosionaron profundamente los cimientos de la iglesia. El nuevo Papa enfrentará tal vez momentos muy difíciles, tal vez más comprometidos de los que transitó su antecesor Benedicto XVI. Sin embargo, es de suponer que contará con el apoyo de quienes lo ungieron como nuevo sucesor de Pablo.
En poco tiempo, el nuevo estilo impuesto por Francisco está provocando reacciones en otros ámbitos. Llamativamente, muchos comienzan a reclamar en sus países u organizaciones mundiales las mismas transformaciones y reformas que viene prometiendo el accionar del Papa. El reclamo de austeridad, modestia y serenidad debe ser imitado por otros líderes, sean estos religiosos o políticos. El viejo axioma que establece que no sólo hay que parecer, sino también hay que ser, debe ser materializado por quienes rigen los destinos de pueblos y fieles.
En Armenia, las estructuras religiosas sufren últimamente grandes temblores ante el conocimiento de diversos hechos que van desde la ostentación, la dilapidación de fondos y hasta diversos signos de indebido autoritarismo. Es innegable la crisis de nuestra Iglesia Apostólica, pero desde su interior no aparecen las señales imprescindibles para iniciar un proceso de recuperación. Lamentablemente, son más los espacios que ocupan las malas noticias en los medios comunitarios que las otras, las esperanzadoras que todos anhelamos.
El ejemplo debe provenir siempre desde el liderazgo. Éste no puede arrogarse el derecho absoluto de imponer decisiones que contradigan buenos usos y costumbres consagradas por largos años de entrega y dedicación de muchos sacerdotes que se han ganado el respeto de sus fieles. La fe no es algo azaroso, se adquiere desde la profunda convicción de profesar un credo religioso, que viene incorporado en nuestros genes. Pero nada es automático ni definitivo, si las tradiciones son vulneradas y adecuadas a intereses personales y despóticos.
Francisco tomó a su cargo la gran responsabilidad de transformar la Iglesia Católica y tendrá enorme tarea en los próximos años. Hagamos votos para que nuestros líderes espirituales se inspiren en tal compromiso y obren en la misma dirección, dejando atrás autoritarismos estériles, que solo producen angustia y preocupación en los creyentes.
En poco tiempo, el nuevo estilo impuesto por Francisco está provocando reacciones en otros ámbitos. Llamativamente, muchos comienzan a reclamar en sus países u organizaciones mundiales las mismas transformaciones y reformas que viene prometiendo el accionar del Papa. El reclamo de austeridad, modestia y serenidad debe ser imitado por otros líderes, sean estos religiosos o políticos. El viejo axioma que establece que no sólo hay que parecer, sino también hay que ser, debe ser materializado por quienes rigen los destinos de pueblos y fieles.
En Armenia, las estructuras religiosas sufren últimamente grandes temblores ante el conocimiento de diversos hechos que van desde la ostentación, la dilapidación de fondos y hasta diversos signos de indebido autoritarismo. Es innegable la crisis de nuestra Iglesia Apostólica, pero desde su interior no aparecen las señales imprescindibles para iniciar un proceso de recuperación. Lamentablemente, son más los espacios que ocupan las malas noticias en los medios comunitarios que las otras, las esperanzadoras que todos anhelamos.
El ejemplo debe provenir siempre desde el liderazgo. Éste no puede arrogarse el derecho absoluto de imponer decisiones que contradigan buenos usos y costumbres consagradas por largos años de entrega y dedicación de muchos sacerdotes que se han ganado el respeto de sus fieles. La fe no es algo azaroso, se adquiere desde la profunda convicción de profesar un credo religioso, que viene incorporado en nuestros genes. Pero nada es automático ni definitivo, si las tradiciones son vulneradas y adecuadas a intereses personales y despóticos.
Francisco tomó a su cargo la gran responsabilidad de transformar la Iglesia Católica y tendrá enorme tarea en los próximos años. Hagamos votos para que nuestros líderes espirituales se inspiren en tal compromiso y obren en la misma dirección, dejando atrás autoritarismos estériles, que solo producen angustia y preocupación en los creyentes.
"Armenia", 8 de agosto de 2013
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