11.2.13

Huellas de los armenios secretos de Turquía


Avedís Hadjián

"¿Quién eres? Esto es Turquía. ¿Sabes qué es Turquía?" me preguntó el hombre, con un miedo en los ojos magnificado por sus gruesos lentes. Era de la poco conocida comunidad gitana armenia, en el distrito de Kurtulus, en Estambul. Estábamos en una confitería donde suelen reunirse gitanos armenios, a quienes trataba de entrevistar.
Y tenía razón. No sabía yo qué era Turquía. Pero Turquía, e incluso muchos armenios, tampoco sabían quién era él.
En Turquía, hay una minoría misteriosa conocida por el nombre de "armenios secretos". Se han estado ocultando a plena vista de todos por casi un siglo. En apariencia, son turcos o kurdos, pero los armenios secretos son descendientes de los sobrevivientes del genocidio de 1915, quienes permanecieron en Anatolia oriental tras convertirse por la fuerza al islam. Algunos ahora son musulmanes devotos, otros son alevíes -generalmente considerada una rama del islam chiíta, aunque para algunos esa descripción es inexacta- y unos pocos mantienen la fe cristiana, especialmente en la zona de Sasún, donde aún hay aldeas en las montañas con poblaciones armenias secretas. Aun cuando los armenios gitanos, o poshás , no se ajustan exactamente a la calificación de armenios secretos, comparten muchas características con aquéllos, entre otras, la renuencia -o el temor- a revelar su identidad, incluso a otros armenios.
Nadie sabe si los armenios secretos se cuentan por miles o por millones. En su mayor parte, temen darse a conocer. "Turquía es aún un lugar peligroso para los armenios", me dijo una armenia secreta de Palú.
Los armenios secretos no se mezclan con los otros armenios "declarados", de la comunidad activa, pero menguante, de Estambul. La mayoría no habla con extraños. Romper tabúes en Turquía puede costar la vida. Después de todo, recuerdan lo que le ocurrió a Hrant Dink. Dink, periodista armenio-turco, fue asesinado en Estambul en 2007 por un joven, enfurecido por su pluma implacable sobre asuntos controvertidos, desde el genocidio armenio hasta el fundador de la Turquía moderna, Kemal Atatürk.
No es fácil definir quién es armenio secreto. Algunos se rehúsan a ser llamados armenios, aun cuando admiten que sus padres o abuelos lo eran, pero a veces, con frecuencia contra su propia voluntad, aún son considerados armenios por otros turcos o kurdos, suspicaces sobre su conversión. Algunos son conocidos por sus vecinos como armenios y no lo esconden, en tanto otros se lo ocultan a sus propios hijos, algunos de los cuales lo descubren luego por otros niños, que se burlan de ellos por armenios.
Rafael Altinci, el último armenio de Amasya, fue criado en la fe cristiana y durante un año estudió en la escuela secundaria armenia Surp Haç, de Üsküdar, Estambul, donde Hrant Dink también era alumno entonces. Para todos fines prácticos, empero, Altinci es musulmán y está casado con una mujer turca, con quien ha tenido una hija criada como turca. Aun así, él se considera armenio.
En las montañas de Mush, Jazo Uzal es el último armenio en la aldea armenia de Nich, a cuatro horas de arduo recorrido en auto desde Bitlis. Uzal es cristiano practicante y pasa los inviernos en Estambul, pero en la aldea observa las festividades musulmanas, incluso el Ramadán.
Por su parte, Mehmet Arkan, abogado en Diyarbakir, no sabía que su familia era armenia hasta que se trabó en pelea con un niño kurdo cuando tenía 7 años y volvió llorando a casa, diciendo que había sido llamado "armenio". Su padre le dijo que, en realidad, eran armenios, pero no podía decirlo fuera de casa.
"Hace diez años no lo admitíamos, pero ahora ya no es peligroso en Diyarbakir", dijo en una entrevista, mientras el gobierno local exalta su pasado armenio, con la reciente restauración de la iglesia Surp Giragos y el establecimiento de un curso de armenio para principiantes. Arkan no se siente menos armenio por ser musulmán sunita practicante.

Preservar la identidad

En algunos casos, la identidad armenia secreta sobrevivió por transmutaciones inesperadas. En las masacres de 1915, la mayoría de los sobrevivientes del clan de los Oggasian, de la aldea de Bagin cerca de Palú, se estableció en Rhode Island, Estados Unidos. Uno de los niños de la familia, Kirkor, que entonces tenía entre 10 ó 12 años, quedó en la aldea, probablemente secuestrado por un caudillo kurdo local, quien lo adoptó como ayudante en sus tierras y las que se apropió de los armenios exterminados. Este caudillo kurdo casó a Kirkor con otra huérfana armenia de las masacres, Zerman, a muy temprana edad. Ambos se establecieron en la cercana aldea de Argat, se convirtieron al islam, adoptaron nombres turcos y sus descendientes son musulmanes que se someten con devoción a los cinco pilares de la fe, desde la peregrinación a la Meca hasta los rigores de los ayunos del Ramadán.
Y sin embargo, una costumbre propagada entre algunos musulmanes de casarse entre primos y que el clan adoptó tras islamizarse, contribuyó, por curiosa derivación, que se preservaran la identidad y memoria armenias. Si bien ha habido matrimonios con algunas mujeres kurdas zazas , la gran mayoría de los descendientes de Kirkor y Zerman Oggasian se han casado con otros primos armenios, lo que también ha permitido al prolífico clan -no es inusual en esta parte de Turquía que cada familia tenga entre 8 y 12 hijos- ampliar su acervo patrimonial y la propiedad de tierras. La familia conserva la transcripción de una sura del Corán en árabe y escrita en armenio por Kirkor cuando se convirtió al islam. También guardan la última carta que recibieron en armenio de un primo en Providence, Rhode Island, en 1964. Y por la poderosa tradición oral en esta parte del mundo, recuerdan quiénes son y de quiénes descienden.
Los mayores entre ellos recuerdan que la abuela Zerman hasta sus últimos días solía sumirse en silencio y llorar, murmurando entre dientes "vahsi zazalar" ("zazas salvajes"), al recordar las masacres que presenció en su niñez. Uno de los bisnietos de Kirkor y Zerman es imán en la Gran Mezquita de Harput. Al elaborar el árbol genealógico de la familia, descubrimos que su primo lejano, de la rama que escapó a Estados Unidos en el genocidio, es el arzobispo Oshagan Choloyan, de la prelatura de la Iglesia Armenia en Nueva York.
En las montañas de Sasún, una legendaria ciudad armenia ahora en el sudeste de Turquía, aún quedan aldeas con poblaciones de armenios secretos. Durante una peregrinación el verano pasado a un santuario armenio en la cima del Monte Maruta, una niña de 6 o 7 años cargaba sobre el hombro una bolsa grande de tela blanca, que al darse vuelta reveló sobre el otro lado una cruz armenia bordada a casi todo el largo. Al acercársele un extraño para fotografiarla, la niña se asustó y dio vuelta la bolsa al lado blanco para ocultar la cruz. Al preguntársele a la madre si eran armenios, la mujer, con la cabeza cubierta con un pañuelo al estilo musulmán, solamente dijo, "Somos musulmanes".
Otro peregrino, Efrim Bak, armenio de Sasún ahora residente en Estambul, dijo que la aldea donde nació hace más de medio siglo, Arkint, era mayoritariamente armenia hasta fines de los años ochenta. Hasta entonces, los armenios de la localidad montaban guardia armada para evitar ataques por parte de kurdos de aldeas vecinas para saquear y secuestrar mujeres. No eran inusuales las batallas con armas de fuego entre armenios y kurdos hasta fines de la década del 60.
En 1915, de los 47 armenios que vivían en Arkint, sobrevivieron nueve, entre ellos Kevo Demirci, quien se salvó en virtud de su oficio: si lo mataban, el pueblo se quedaba sin su único herrero. Desde 1920 hasta que murió en 1948, Kevo se dedicó a buscar huérfanos armenios, entre ellos algunos convertidos al islam, y los traía al pueblo, donde los casaba entre sí. Para 1965, había en Arkint 250 armenios cristianos, 100 armenios conversos y 50 kurdos. Sin embargo, hacia fines de la década de 1980, en gran medida debido al renovado hostigamiento de kurdos -muchos de éstos descendientes de madres o abuelas armenias-, los armenios del lugar decidieron vender sus propiedades y mudarse a Estambul, y de allí a otras partes.
La provincia de Tünceli, más conocida por su antiguo nombre de Dersim, probablemente tiene la mayor concentración de armenios secretos. Uno de ellos, Miran Pirgiç Gültekin, decidió darse a conocer el año pasado, cuando apeló a la justicia turca para adoptar un nombre armenio, cambiar su religión de la musulmana a la cristiana, y formó la Unión de los Armenios de Dersim. Según Gültekin, tres cuartos de la población rural de la singular provincia -la de menor densidad demográfica de Turquía, una de las de mayores índices educativos, la única con mayoría aleví y una población total de apenas 77.000 habitantes- son armenios secretos. La mayoría de éstos aún se niega a revelar su verdadera identidad por temor y le recriminan a Gültekin su iniciativa.
Una joven universitaria oriunda de Dersim, quien se enteró de que era armenia a los 15 años, dice que en su provincia natal no le importa ser conocida como armenia por sus amistades y vecinos, pero en la ciudad donde estudia actualmente, en el oeste de Turquía, "temería por mi vida si supieran que soy armenia".
El asunto de los armenios secretos obsesionaba al periodista Hrant Dink, quien decía que hay alrededor de dos millones de ellos en Turquía. Y, en cierto modo, Dersim y los armenios secretos están conectados con el asesinato de Dink.
En un artículo publicado en su diario Agos, Dink dijo que Sabiha Gökçen, la primera aviadora de combate en Turquía y en el mundo, e hija adoptiva de Atatürk, era una huérfana armenia del genocidio de 1915, Khatun Sebilciyan. Así, era una armenia secreta. Gökçen es considerada una heroína turca, en no menor medida por su papel en la supresión de la rebelión de Dersim en 1938, con incursiones aéreas.
Dink fue asesinado en el periodo posterior de furia que siguió al artículo sobre el presunto origen armenio de Gökçen y la trágica ironía de una huérfana del genocidio armenio que, bajo la identidad turca, participó en una masacre de kurdos, apenas dos décadas después del genocidio, y una tragedia individual que resume las tragedias colectivas, cuya memoria silenciada desde hace un siglo no da tregua.

"La Nación", 10 de febrero de 2013

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